100 mil, y contando: ¿qué sentido, la muerte?


La muerte es negocio de quienes ejercen oficios de embalsamador, incinerador, enterrador, médico, forense, tanatólogo, registrador civil, ministerio público, agente de seguros, estadístico, extremaunción, misa de difuntos, plañidera, políticos que exigen cuentas y denuncian gobernantes criminales, de la nota roja. Carroñeros de Morena hicieron firmar a muertos para consulta deformada. Y ahora, de los López, Obrador y Gatell (hay evidencias de sus culpas en Covid, derivados de sus infundados diagnósticos y fallidos pronósticos: El tablero de exceso de mortalidad de la Secretaría de Salud federal cuenta a octubre más de 203 mil MUERTES ADICIONALES a las previstas a éste mes; el doble de las esperadas son por Covid). Nunca en México tuvimos tantos muertos evitables. La muerte es también oficio filosófico, por ser el saber que se plantea el cuestionario básico: quién soy, de dónde vengo y a dónde voy. Aborda, así, un problema-límite de la razón, que solo los seres humanos nos planteamos: Somos mortales. No nos horroriza el tener que morirnos algún día: lo espantoso es morirse ahora. Unos evaden la muerte, piensan es algo que ocurre sin sujeto, como en los verbos impersonales, “hace frío”, no quieren pensar algún día les llegará esa experiencia intransferible, personal.

Entre múltiples formas de escurrirle el bulto a la muerte está la de los materialistas, de ayer y hoy, quienes afirman somos pura materia; y supuesto que no hay otra vida, no tenemos razón de temer a la muerte. Piensan que no nos afecta, porque cuando te llegue, tú ya no estás. Desconocen que tememos a la muerte porque nos desagrada decir adiós a la vida. El trance de morirse es “la vida que se nos va”, no únicamente “la muerte que nos llega”. Y es que la muerte nos va gestando en nosotros -la captamos secuencial en la de pérdida de la juventud o en el viejo sabio-. Para las tesis colectivistas -el marxismo materialista-, la verdadera vida reside en el todo, la colectividad, no en la persona individual; la muerte es victoria de la sociedad (colmena, hormiguero), que permanece sobre el individuo -una parte- que muere. Y deposita la felicidad en las generaciones futuras ¡Otra enajenación! Ya que en el hombre existe la conciencia de su muerte propia, y al mismo tiempo, del deseo de su yo seguir viviendo.

Las ciencias empiriológicas demuestran que el HOMBRE es unidad bio-psico-social. Aristóteles dice que es un todo, cuerpo espiritualizado o espíritu encarnado, y que está vinculado tanto al destino de lo material, como de lo espiritual. Comprueba las funciones físicas, vegetativas y animales, y también las espirituales, las de superación o de plenitud: esa sensación que le hace salir de su delimitado espacio material, y aspirar a expandirse en los ámbitos infinitos de sus posibilidades: se crea constantemente nuevas necesidades (dinero, vgr.) y jamás está satisfecho. Esa ansia de progreso infinito no proviene de la materia, que es limitada: se pesa, mide, y muere. Tiene una peculiar capacidad de pensar, distinta al resto de los animales, al ser capaz de abstracción: captamos la diferencia que existe entre dos pares de fresas corruptibles, y la proposición matemática 2+2=4, que es incorruptible, al suprimir la materia perecedera y corruptible de las fresas. Así, el hombre no mira solo el mundo exterior. Piensa en sí mismo, se pregunta por el sentido de su propia vida. Es algo distinto de toda la naturaleza, por la psique, alma o espíritu. Es, pues, unión substancial de materia –por eso muere- y de espíritu, y por eso muere aspirando al infinito. ¿Cuál es su sentido? A diferencia de materialistas y existencialistas, desde Platón se plantea que la solución solo puede estar en que el hombre alcance, de algún modo, lo infinito. Hasta aquí la filosofía. Y comienza el problema de lo absoluto, lo eterno: ¿Esto es una persona, un espíritu? ¿Buscamos queriendo encontrar? ¿Y si encontramos, queremos seguir buscando?

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