“Una persona se puede equivocar muchas veces, pero no se convierte en un fracaso hasta que empieza a culpar a otros de sus propios errores”.
-John Burroughs
En esta tercera y última entrega abordaremos el proceso de cómo tratar el perfeccionismo o desorden de la personalidad anancástica –el término proviene de Ananké, una deidad de la mitología griega representante de lo inevitable e injustificable–.
La terapia de la imperfección se apoya en dos recursos que toma como propios: la inclusión del límite y la conciencia del límite.
Primer recurso (cognitivo). La inclusión del límite: transformar el enfoque perfeccionista modificando la referencia usual de perfección para detectar nuestros hábitos intelectuales (origen y miedos que lo alimentan) que generan categorías de dualidad (bueno-malo; verdadero-falso; etcétera) y que adiestran a la mente en el rechazo constante de nuestros errores. En este punto debemos aceptar la invitación del aforismo griego inscrito en el Templo de Apolo: “Conócete a ti mismo”.
Esta reflexión nos lleva a un cuestionamiento: ¿desde qué actitud perceptiva percibo lo que percibo? En el entendido que la actitud perceptiva es el retrato que cada uno de nosotros hace de la realidad. A esta profundidad pretende trabajar la estrategia de inclusión del límite, que equivale a obtener conciencia de su indigencia –incapacidad de ser perfecto y su legítimo derecho a ser imperfecto.
Segundo recurso (emotivo). La conciencia del límite: el entrenamiento de la compasión. Esta conciencia solo se logra a través del ejercicio de la compasión, el resultado de esta preparación suele ser una mayor seguridad y sentido de valía que contribuye a la formación de una nueva conciencia ética.
Solo dos sentimientos nos afectan de manera categórica: el odio y el amor. El rechazo es la esencia del odio; el amor o la compasión es la esencia de la aceptación. El rechazo es precisamente el componente pernicioso del perfeccionismo que nos predispone al odio.
El esfuerzo para ser seres aceptantes, esto es, hacer todo lo posible por serenar las expectativas perfeccionistas, nos transforma en seres moderados, pacíficos, indulgentes, pero sobre todo felices.
MIRIAM COLÍN Y VANESSA AGUILAR
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