La trampa de la voracidad


Un torneo de ajedrez en línea con sistema suizo a cinco rondas organizado por una editorial (Los libros del perro) que jugué el miércoles por la noche, mientras en Guadalajara se enfrentaban Chivas (1) y América (0), se ha convertido en la obsesión de mis últimos días.

Todo sucedió a la distancia, a través de tecnología: 29 personas en México detrás de teléfonos o computadoras con cámaras apagadas. Prohibida cualquier comunicación íntima que ofrece una partida física: caras gesticulantes una frente a la otra vinculadas por medio de movimientos oculares, formas de mover los dedos o ciertas variaciones en ritmos respiratorios. Parecía que sin esas extrañas y fascinantes dinámicas sensuales (a veces calculadas, a veces inconscientes) las partidas estaban destinados a suceder desde la frialdad mecánica de piezas sin relieve moviéndose solas sobre planos escaques en tableros verticales; es decir: soledad y vacío. Sin embargo, los intercambios ajedrecísticos se fueron articulando profundamente humanos:

@peterranz se angustió de haber perdido torpemente la dama durante el movimiento 30 de su partida contra @valeriadaniela, quien le abrió a un dubitativo @ovidiorios con una agresiva escocesa; @enriquebet utilizó la defensa neo-india contra la apertura inglesa de @josuerms y exhibieron unas trepidantes tablas en donde el peón de b escaló hasta la séptima fila pero su apoyo se fue derribando hasta terminar por desaparecer dramáticamente sin gloria, a un tiempo de coronar; @sicilianpenetretor introdujo la osada e inédita variante d4 en el cuarto movimiento de la defensa berlinesa contra la Ruy López del incisivo @claudiomera; @ork9797 mostró una solidez inmutable desde la construcción del muro de piedra, y a @bishpopreto se le terminó el reloj cuando tenía mate en dos y reaccionó en el chat con un gentil bien jugado, hermano cuando en su corazón pudieron anidar rabia y frustración.

A pesar de la ausencia de rostros, brazos y miradas, de olores, sonidos y abrazos, surgieron dramas, ataques, angustias, osadías, torpezas, resignaciones, seguridades e insistencias; gente conmocionada que, quizá sin saberlo, a través de sus maneras de con piezas conectar pensamientos revelaron pistas hacia su intimidad, y es ahí, en esta idea compleja, que comienza la obsesión que desde entonces me rodea, porque confirmé que el ajedrez es un juego tan siniestro y personal:

Por más que detrás de libros teóricos intento ocultar mi tendencia a exagerar, siempre termino por ir más allá con cualquier cosa que me haya funcionado antes: más imaginación, más riesgo, más excentricidad, hasta vaciarle cualquier poética a hermosos planteamientos, y quedar seco y absurdo, sin poderme librar de caer en la trampa de ser devorado por mi propia voracidad.



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