Se la pasaron criticando, y ahora…


Sobrellevar críticas y soportar ataques es parte de la tarea de gobernar. Después de todo, en los sistemas democráticos existe algo que se llama… oposición. Y, miren ustedes, esa colectividad de adversarios políticos no desaparece por arte de magia a partir del momento en que un nuevo grupo llega al poder. Tampoco se supone que no deba participar en la vida pública ni que los ciudadanos se priven de escuchar sus voces. Nadie espera que los opositores se abstengan de expresar su inconformidad ni que renuncien al activismo partidario. Todo esto es parte de una normalidad democrática aceptada colectivamente por quienes desean vivir en una sociedad abierta, plural y tolerante.

Dicho en otras palabras, la oposición es legítima. Tan lícita y autorizada como el derecho que tienen los individuos a pensar diferente, a practicar cada uno de ellos la religión de su preferencia (o a no profesar creencia alguna) y a ejercer su soberanía dentro de los límites que marcan las leyes. Y por haber oposición es que hay también alternancia —un asunto que deciden directamente los votantes el día de las elecciones— y que a los antiguos criticones les toca, llegado el momento de que paladean alegremente las mieles del poder, ser los criticados.

Los prosélitos de la 4T parecieran no haber entendido aún estas simples verdades. Les molesta grandemente la crítica y el mero hecho de que ciertos periodistas expresen puntos de vista contrarios a su visión de la realidad —o que reseñen, por ejemplo, el número de víctimas del nuevo coronavirus o que cuestionen las políticas públicas o que impugnen los datos oficiales— los lleva a descalificarlos como sujetos vendidos a oscuros intereses.

No hay manera, ante esos seguidores, de aparecer como personas con ideas propias o meramente inquietas por el rumbo que están tomando las cosas en este país. Para ellos, el crítico no es un ciudadano más: es un mercenario y, en esa condición, un enemigo declarado.

En fin, ya podrán, cuando se termine el régimen de la 4T, transmutarse nuevamente en infamadores de los de arriba. Será su turno. En toda libertad y a sus anchas. Como corresponde en una democracia.

revueltas@mac.com

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