La muerte de Diego Armando Maradona nos lleva a reconocer el don que ejerció durante tres décadas de fútbol y que logró maravillar al planeta entero. A partir del triunfo obtenido en el Mundial de Futbol Argentina 1978, el mundo entendió la importancia de este deporte en todos los segmentos sociales del país sudamericano. México tuvo la oportunidad de atestiguar su “clímax deportivo”, el histórico partido con Inglaterra, que por un lado, con el primer gol, se dio “la mano de Dios” reflejo fiel de la trampa.
Por otro, un segundo gol, que sólo expresaba la belleza de una obra de arte que quedó inmortalizada en el Estadio Azteca. Después del mundial de 1986, “el Diego” se convirtió en Argentina, en un dios, en un mito viviente, y que concentró en sí mismo, algunas virtudes y defectos del país que lo había engendrado. El Mundial de los Estados Unidos de 1994, fue el foro de su triste final por haber ingerido efedrina. Latinoamérica está totalmente polarizada y se encuentran características que determinan la aparición de dos exponentes antagónicos e irreconciliables: el bien y el mal, lo lindo y lo feo, lo liberal y lo conservador, lo blanco y lo negro, los pobres y los ricos.
Para recordar a este deportista es necesario evitar esta polarización que confronte, por un lado, a quienes sienten su muerte como una pérdida irremplazable; por otro lado, aquellas que sienten un fuerte repudio hacia la trascendencia de su persona. Maradona, como héroe de su país, era víctima de su propia condición. Diego era el ideal de lo que anhela la cultura argentina, los sentimientos que emanan por sus éxitos y por su muerte. Su partida tuvo su impacto en lo político y social de la Argentina. El Presidente, Alberto Fernández, en plena pandemia, con niños sin escuela, por puro oportunismo político, abrió las puertas de la Casa Rosada y la puso a disposición de unos funerales que terminaron en un verdadero desastre social.
El mundo dio cuenta que, durante este velorio abierto, la Argentina es susceptible de convertirse en una cancha de fútbol y que su muerte, al igual que su vida entera, no pudo pasar inadvertida. Diego Armando Maradona será recordado como un héroe latinoamericano que buscaba la manera de autodestruirse, que provocaba la controversia al momento de expresar sus opiniones, que era violento con las mujeres que compartieron su vida, indiferente con algunos de los hijos que se negó a reconocer, y su constante involucramiento con la cocaína y los ambientes denigrantes que giran en torno a ella.
Maradona es el máximo exponente de una “Argentinidad” que trascendió fronteras, religiones y convicciones políticas. Sin duda, la muerte de Maradona trae consigo el nacimiento de la leyenda que refleja a la estrella insoslayable del fútbol mundial y la partida de uno de los máximos exponentes de la argentinidad, con todo lo que ello implica.