Lo que la velocidad también nos roba


El día de ayer, me encontré con una publicación en un grupo de mascotas extraviadas en la cual se daba a conocer que una perrita, la cual había sido encontrada días atrás atropellada en un boulevard de la ciudad, había tenido que ser “dormida” debido al daño que el incidente le produjo en la columna.

A pesar de ser “el pan de cada día” -pues a diario me encuentro con noticias como esta donde perros y gatos son atropellados en las vialidades de la ciudad y dejados a su suerte-, para muchos es un tema sin importancia o incluso, hasta normal.

Sin embargo, aunque carezca de relevancia para la mayoría de la sociedad, a excepción de los albergues y refugios encargados en el tema de la protección animal, es un tema con un trasfondo importantísimo que a todos nos debería de preocupar.

Como ya se los he venido diciendo en textos anteriores, la velocidad mata y no solo nos arrebata la vida de seres humanos, sino también de animales domesticados y silvestres, pues además de perros y gatos, animales salvajes como pumas, leopardos, tlacuaches, entre otros, pierden la vida tanto en las calles como en las carreteras, debido a las altas velocidades permitidas.

Y no solo se trata del costo social que este hecho representa para todos (aunque no lo queramos o podamos ver), sino que también hay un costo medioambiental y económico, puesto que al morir especies silvestres, el impacto que esto representa para el planeta es gravísimo. Afecta tanto a la cadena alimentaria, como a los ecosistemas, sobre todo si consideramos que muchas de esas especies son además desplazadas por la creación de infraestructura urbana y el ruido que generan los vehículos motorizados.

Mientras que el atropellamiento y la muerte de animales domesticados como lo son los gatos y los perros, también nos genera un costo económico y social, que en la mayoría de las veces es –difícilmente- solventado por las asociaciones civiles encargadas de velar por la protección de los mismos, quienes terminan pagando el tratamiento y atención médica de éstos.

Lo anterior, además de injusto es indignante, puesto que una gran parte de las organizaciones de la sociedad civil que se enfoca en este tema se ven siempre limitados económicamente para rescatar y atender a las mascotas que rescatan, como para que también tengan que ser ellos (con el poco apoyo que reciben de la sociedad) quienes paguen los “platos rotos” que generan las altas velocidades en nuestras ciudades.

No sé si a estas alturas ya puedan ver y entender mejor de lo que les hablo, puesto que no solo la sociedad civil paga las consecuencias de este problema, sino también las autoridades, ya que cada vez que hay un animal atropellado que no puede ser o no es atendido por la sociedad civil, terminan siendo ellas quienes se hacen cargo de asistir al animal, lo cual resulta en un costo económico que es pagado con dinero público.

Pudiera continuar exponiendo más razones por las cuales nos debería de importar a todos el que las autoridades atiendan el tema de la gestión (reducción) de las velocidades, pues no cabe duda que nuestras urbes se han convertido en junglas de concreto para todos, incluyendo a la fauna.

Considero que, así como aprendimos a normalizar la violencia vial y a ver los hechos o siniestros viales como algo común y cotidiano, podemos des-aprenderlo y empezar a exigirle a nuestras autoridades que tomen cartas en el asunto.

No permitamos que la velocidad nos arrebate más vidas; ni humanas, ni de ningún tipo.



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