La ingenuidad tiene un precio. Una suma a pagar, o sea, no un importe que un tercero tenga que desembolsar para ser parte de la cofradía de los incautos. Lo digo, en mi condición de escribidor a sueldo, porque la semana pasada me dejé llevar por un espejismo. ¿Cuál? Pues, creí advertir, imaginé, tuve la impresión y me pareció percibir que Cruz Azul era un equipo de futbol bien plantado, solvente, con tamaños y con la capacidad de capitalizar un marcador de cuatro goles a favor en el partido de ida para que el compromiso posterior, su visita al debilitado adversario, fuera un mero trámite.
Pues no, miren ustedes. Me equivoqué rotundamente. O sea, que son lo que son, esos cementeros. O, mejor dicho, siguen siendo lo que han sido en los últimos años, a saber, un club que decepciona irremediablemente a sus fidelísimos seguidores, una pandilla de jugadores que exhiben una incuestionable contundencia a lo largo de la competición hasta que, llegada la hora de la verdad, se arrugan y se repliegan como un hato de inservibles.
¿De qué estamos hablando? De una supuesta maldición, para empezar: los desempeños de uno de los equipos presuntamente “históricos” de nuestra Liga se han visto empañados, desde hace un buen tiempo, por una total incapacidad para responder cuando hace falta, cuando está en juego el ansiado título, es decir, cuando hay que sacar la casta que se le supone a una plantilla de certificados notables.
Dediqué buena parte del artículo publicado hace ocho días a desmontar los entramados del pensamiento mágico –la superstición de que el equipo nunca iba a alcanzar un campeonato jugando en el Estadio Azul y la quimera de que cargan sobre los hombros una suerte de maldición bíblica (en versión actualizada)— y a validar, vista la trayectoria de los cementeros en el torneo regular y vista también su contundente victoria frente a los Pumas, su evidente categoría.
Ya no estoy tan seguro ni mucho menos, estimados lectores. A lo mejor sí han sido maldecidos por los dioses de futbol y es muy probable, también, que su fatídico sello sea el fracaso en las pruebas mayores.
En todo caso, y más allá de sus miserias en la cancha, han contribuido a expandir nuestro léxico: hoy día, el término cruzazulear es parte ya de nuestro idioma para referirnos a los decepcionantes descalabros que sobrellevamos en la existencia. Así se enriquecen las lenguas, señoras y señores.
Ah y, por cierto, se habla también de que el León se empequeñece en los momentos decisivos. Pero, mejor ya no digo nada…
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