
Felipe Guerrero Bojórquez.
Primera de dos partes.
Aquí no hay adversarios políticos, hay enemigos férreos que buscan, a costa de todo, unos recuperar el poder y otros conservarlo. Los opositores reales al Presidente López Obrador son, más que adversarios, enemigos, y viceversa.
Es una lucha con todo y por todo. Eso puede explicar la transición ríspida, confrontativa, radical, entre los verdaderos actores del poder en México. También que en la base social cuestionar al régimen o apoyarlo signifique irremediablemente el calificativo de conservador o chairo.
En esta nación los equilibrios y los contrapesos no existen porque los liderazgos de las fuerzas políticas también se radicalizaron. Los que perdieron el poder económico y político siguen controlando a los partidos con los que, a través de ellos, han competido electoralmente, y los que ganaron, los que ahora gobiernan con las siglas de MORENA, sus dirigentes, no han mostrado la fuerza necesaria de frente a la avasallante influencia y personalidad de Presidente.
Ciertamente la polarización prevalece, y aunque hoy se muestra más en la cúpula, sus raíces vienen desde atrás. Los regímenes anteriores a López Obrador ensancharon la brecha de la pobreza y generaron el descontento popular que los derrotó en las urnas. Mucha gente votó por AMLO, pero otros votaron no por él, sino en contra de gobiernos y un modelo económico de los que estaban hartos.
Las instituciones democráticas no lo son si se sigue generando pobreza. Por ejemplo, de nada ha servido el surgimiento de entes autónomos si al final de cuentas han sido espacios controlados por los partidos y, por lo mismo, su funcionamiento obedece al interés político y no a los de la sociedad. La mayoría de ellos se mantienen en la farsa, son injustos y polarizantes. Por eso la pregunta: ¿Es AMLO quien realmente vino a dividir al país o la sociedad ya estaba fracturada por y desde los gobiernos anteriores?
Por supuesto, el divorcio y el descontento de la sociedad mexicana con los anteriores gobiernos se hizo evidente desde la derrota electoral del 2018 y, sencillamente, la reacción de los que perdieron ha sido tan furibunda como las respuestas del mismo Presidente.
En los últimos tres años el país ha vivido una historia de acontecimientos tan inéditos como impensables, luego de la ruptura de un modelo de gobierno que prevaleció casi 40 años, a lo que se agrega la pandemia y la crisis económica mundial.
Sin duda, retomando el tema de la polarización, la misma no se generó ahora, sino que se recrudeció porque, por un lado, el Ejecutivo mantiene un estilo directo, alejado del otroro protocolo presidencialista, que irrita y desquicia al más manso de los espíritus Franciscanos y, por otro, un día sí y otro también, sus enemigos lo bombardean a través de los medios tradicionales identificados por el régimen como voceros de los “conservadores”, mismos que, más allá del calificativo presidencial, sus líneas editoriales siguen imperturbables, implacables muchas de las veces.
En tanto, la oposición formal y moderada al régimen de López Obrador, en términos de comportamiento político y de alternancia democrática, se ha mostrado débil, timorata, sin proyecto, y sus líderes cooptados por aquellos en los que prevalece la idea radical del golpe desde arriba, al fracasar en sus intentos de generar inconformidad popular. Guste o no, pero la calificación aprobatoria al gobierno de AMLO es un indicador claro de que el Presidente no es un hueso fácil de roer.
A tres años de la gestión de Andrés Manuel López Obrador, la lucha de sus verdaderos enemigos por echarlo del poder, a través de mover parte de los mecanismos centrales del Estado que aún dominan, hasta ahora ha sido un fracaso, pero sigue viva y latente.
Cuando aquí se anota “verdaderos enemigos” no necesariamente se hace referencia al sector empresarial, a los partidos y a sus liderazgos formales, sino a un reagrupamiento ideológico en términos de modelo económico que tiene como eje aglutinador a la ultraderecha empresarial, la derecha radical que se apoderó de las siglas del PAN y el PRI, y a un sector muy focalizado de la izquierda.
En este reagrupamiento se mezclan empresarios de activa ideología radical que mueven, desde el régimen de Carlos Salinas, los hilos del control financiero del país y aglutinan en este entorno de poderío económico a dirigentes políticos, intelectuales orgánicos a este modelo, sectores radicales de la iglesia, a miembros cupulares del ejército, algunos medios de comunicación, la alta burocracia del poder judicial, agentes financieros internacionales y ciertos legisladores identificados con la ultraderecha.
Queda claro entonces que la verdadera oposición al régimen de AMLO no está centrada en la inconformidad operativa de las militancias en los partidos políticos y en sus liderazgos regionales, sino en una reducida cúpula, tampoco en el legislativo donde tienen representación; la oposición real al régimen actual se anida en los grupos económicos y financieros beneficiarios de las reformas estructurales, sobre todo en materia energética, y en algunas instituciones del Estado cuyo poder, lógicamente, aún conservan los que perdieron el mando presidencial.
Y ese es precisamente el terreno en el que también ha jugado López Obrador. Más allá de las formas, es decir, de ofrecerse como un Presidente diferente, que recorre el país a pie y se desplaza en vuelos comerciales, que se redujo el sueldo, que come en fondas y se toma la foto con la raza, es un mandatario que a diario sale a contrarrestar lo que considera publicaciones adversas a su gobierno en los diversos medios, aunque más allá de la interesada propaganda que pudiera existir en ello, también hay un amplio círculos de ciudadanos, analistas y opinadores con independencia, que de manera legítima no están de acuerdo con muchas de las decisiones que se han tomado en este régimen.
Es tan fuerte y de suya absurda la polarización que este pensamiento libre para cuestionar a unos y a otros; para no estar de acuerdo con los neoliberales o la Cuatro T, que de inmediato es fustigado, acallado, insultado por el fanatismo que, en esta materia, se apoderó de medios de comunicación y redes sociales. Incluso se han visto casos en que la misma exposición de una idea no ha gustado a los extremistas de un lado y otro y terminan por tacharla, al mismo tiempo, de chaira o de fifí. Habráse visto. (Continuará).