He aquí que me atrevo con una creadora que conozco poco. Josefina Ludmer (1939-1916) pertenece a mi generación y sus vínculos fueron con maestros y colegas que he conocido bien, como por ejemplo David Viñas, fundador de la revista Contorno, paradigma de la crítica argentina.
Su apellido materno es Nemirowski, como la escritora francesa que fue un boom hace alrededor de 10 años con Suite francesa. También pertenezco a su tiempo por Noé Jitrik, que fuera su compañero de cátedra en la UBA y por los amigos que compartimos con él y su compañera Tununa Mercado. Además dictó cátedras de literatura latinoamericana como yo lo he hecho en nuestra Universidad, aquí en Nuevo León. En fin, que todo me lleva a pensar que estoy presentando a una vieja amiga de la cual me había olvidado.
También compartimos los avatares de un país en el cual nos tocó vivir entre golpes militares, dictaduras, desaparecidos y violencia contra intelectuales y artistas. A partir de esa época terrorífica, durante lo que luego se llamaría Terrorismo de Estado, comienza a dar clases en su casa. Por esos tiempos todos nos vimos restringidos a actividades anónimas y clandestinas. A sus clases se le llamó la universidad de las catacumbas. Las literaturas del Tercer Mundo, decía, deben ser políticas. Un país que tiene impunidad, injusticia social y violencia oficial no puede más que tener una literatura reveladora, política y fuertemente crítica.
Escribió ensayos sobre Juan Carlos Onetti, sobre el gaucho y su terrible condición de delincuente, sobre Cien años de soledad, aplicando para su análisis marcos teóricos del psicoanálisis y mucho más con su manera deslumbrante, dicen lo que la conocieron bien, que nunca dejó de sorprender por su originalidad.
Por principio su pedagogía era antiinstitucional, sus clases fueron históricas, sus alumnos la llamaban la maestra compañera. Continuó bajo la dictadura con los seminarios que daba en su casa sobre semiótica, literatura comparada, postestructuralismo, psicoanálisis, que antes había dictado en las universidades. Como buena intelectual siempre supo que una sola disciplina no alcanza y lo mejor que puede hacer un maestro es presentarle a su alumno un abanico de posibilidades creativas para su propia crítica y los consabidos procesos.
El análisis de cada texto exige un contexto y éste es siempre político, económico y social. Tuvo a bien desbaratar las estratagemas del poder e incluso de la creación, entonces escribió El cuerpo del delito. Una suerte de manual, donde parte de los distintos delitos que aparecen en los libros para repensar los textos y la cultura. Más tarde escribió Aquí América Latina, una especulación, notable texto que no puede definirse como ficción ni tampoco como ensayo.
En los últimos años estudia las formas de leer de las nuevas generaciones y señala que Hoy leer es ver. Conocí muy bien su grupo porque participaban de la misma línea política del nuestro. Allí lideraba a veces Viñas y Beatriz Sarlo, Altamirano y Piglia, y por supuesto Josefina eran muy afines. Precisamente los Cuadernos de Emilio Renzi de Ricardo Piglia se refieren a menudo a esta gente donde, creo recordar, Josefina fue su pareja luego de ser, según el mismo Ricardo, una de sus maestras más lúcidas y exigentes.
Respecto de la crítica y la lucidez con que la ejerció se dice que fue lo más parecido a Borges; sin embargo, la sombra del gran escritor argentino se proyecta sobre lo que hacemos todos los que escribimos y por oposición Josefina es casi desconocida, salvo para los que tuvieron la fortuna de ser sus alumnos.
Por cuanto los que aman la literatura y la leen con ojo crítico, aquellos que no les basta recorrer un libro, sino además necesitan comparaciones, parámetros, opiniones de los sabiondos, Josefina, la China, como solían llamarla, es imprescindible puesto que enseña a connotar, a relacionar este material con otro que ni se había sospechado y a iluminar los materiales con el propio pensamiento. Cuando la siniestra dictadura terminó, regresó a dar clases a la Universidad de Buenos Aires, en 1984, y dio por terminadas “las catacumbas”.
No obstante, no tengo idea qué la llevó a dejar su país en 1988 para no regresar hasta 2005. Durante ese periodo dio clases en universidades. Al regresar a Argentina y en sucesivas entrevistas y charlas insistió en reconocer que la juventud con la que se encontró, y que no era la misma de cuando ella participaba.
Nacida en Córdoba, muere en Buenos Aires a los 77 años, aparentemente por un error médico.
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