Las recetas de la abuela


A finales de octubre la abuela da Fátima escribe en una hoja la lista de compras, de forma enfática subraya los productos de mayor importancia. En repetidas ocasiones comenta con sus hijos y nietos que no olviden comprar todo tal cual lo pidió o, en su defecto, consultarle con qué lo pueden sustituir. El día destinado para realizar dichas compras los acompaña hasta la parada de autobús, les da la bendición y se dirige a casa de don Jacinto, para comprarle medio kilo de manteca fresca y dos litros de leche bronca. Ha llegado la época del año para preparar pan de fiesta o, como ella le llama, Pan de muertos.

En cada hogar, familia o poblado existen recetas emblemáticas; cada ama de casa, debido a su experiencia en la cocina, desarrolla una receta única e inigualable. De este conjunto de platillos nacen memorias de familia que serán recordadas cuando la autora haya partido de este mundo. Sin embargo, es responsabilidad de cada integrante heredar, aunque sea de forma oral, aquellos ingredientes, técnicas y pequeños trucos para obtener el sabor, textura y forma tradicional.

Y es así como nacieron la gran mayoría de recetarios del mundo, a través de aquellas preparaciones que las madres y abuelas iban perfeccionando a lo largo de los años. En un mundo que poco sabía de letras, puntuación y gramática, se fueron escribiendo, en pequeñas hojas sueltas, una lista de ingredientes o anotaciones específicas de cómo hervir el pollo o condimentar la carne molida, entre otros secretos. Y, bajo múltiples ejemplos que hemos trabajado en este espacio, es como los escritos de cocina de la época novohispana, con clásicos como el Recetario Mexiquense de Doña Dominga de Guzmán, el recetario del hermano fray Jerónimo de San Pelayo o el recetario de Sor Juana Inés de la Cruz, nacieron y se difundieron para configurar la cocina mexicana.

De esta manera se propone regresar a los orígenes, y que mejor forma que hacerlo con nuestra propia familia. En estos tiempos de encierro es cuando podemos comenzar a reencontrarnos con nuestro pasado, por medio de las pláticas de sobremesa y el acercamiento con padres, abuelos, tíos y hasta vecinos. Y que, poco a poco, tanto el encierro como estos tiempos de pandemia nos dejen un cúmulo de conocimientos no solo de nuestra historia, sino, además, de la historia de cómo se alimentaba el México de hace cincuenta o setenta años, y poder distinguir en que momento dimos un giro en la dieta y comenzó un viacrucis que hoy cobra factura con los casos de hipertensión, diabetes, entre otros padecimientos. Del mismo modo, abra la pauta para reincorporar aquella antigua alimentación a nuestros hogares, y cobre mayor sentido aquel nuevo etiquetado o las suspensiones a los productos que venden gato por liebre.



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