CHISPAZO

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SINALOA: IMPUNIDAD, VIOLENCIA Y PARÁLISIS
Felipe Guerrero Bojórquez
Por más que las fuerzas federales informen de decomisos de armas y drogas, desmantelamiento de narco laboratorios, detenciones de presuntos operadores «importantes» de los cárteles, la violencia no solo no cede, sino que aumenta cada vez más, lo que significa que la estructura del crimen organizado sigue intacta.

Culiacán es el mejor ejemplo de ello y los municipios del sur de Sinaloa, escenario de cruentas batallas entre grupos rivales y desplazamiento continuo de la gente de las comunidades serranas hacia las zonas urbanas, grupos de ciudadanos, familias enteras por cierto, a las que no se les atiende humanamente, porque la prioridad para el gobierno ha sido convencerlos para que regresen a sus regiones bajo el argumento de que ya «no pasa nada».

Cosalá, Elota, San Ignacio, Concordia, Rosario y Escuinapa, donde un día sí y otro también, en la sierra, se reportan asesinatos, quema de casas, saqueos y el abandono de poblaciones en las que quedan las siembras, hogares y enseres domésticos, ganado y alguna maquinaria abandonados. La gente, en la desesperación y el miedo, arranca con lo que trae puesto.

¿Y de qué tanto han servido los miles de soldados que «nos cuidan» en Sinaloa y particularmente en Culiacán? No se trata de demeritar el esfuerzo policiaco-militar que se ha hecho; se trata de evaluar si estamos igual o peor que antes de que llegaron a «salvarnos». Y el cuestionamiento es válido habida cuenta que la guerra arreció; que los levantones se incrementaron, el robo de vehículos aumentó, los asesinatos siguen a la orden del día, la quema de casas habitación son simultáneas y a diario, la extorsión y el cobro de piso no cesan y los asaltos y robos a comercio ya es algo común. Es más, maquilladas, pero aún así las cifras oficiales son alarmantes.

Y mientras tanto, a la crisis de seguridad le sigue la crisis económica y política. El gobierno estatal está prácticamente paralizado y los funcionarios no se mueven sino se les ordena, a parte de que no ejercen el presupuesto porque ellos mismos se quejan de que no les dan dinero, mismo que se canaliza a «ocurrencias» diseñadas para favorecer a proveedores amigos.

Y la mayoría legislativa de MORENA tampoco se mueve sino se les ordena desde el Tercer Piso. Esos sí, en medio de la crisis que vive Sinaloa salen con cada cosa, como la de «legislar» para considerar penas mayores «contra los que tiran poncha llantas». Dan pena ajena. Como si no se supiera que esta práctica es parte de la estrategia de guerra del crimen organizado. O los flamantes diputados guindas acaban de revivir una iniciativa para normar las tarifas de los estacionamientos. Como si en el estado no pasara nada y no hubiese materia para proponer o reformar leyes a favor del sector productivo, de los mediano y pequeños empresarios, a los que con cinco mil pesos quieren «incentivar» y que, como dijo Miguel Taniyama, les significan siete pesos con cincuenta centavos diarios desde que empezó la guerra. Ni la burla perdonan. En una borrachera los funcionarios y diputados se comen y se beben ese dinero, con el que hacen caravana con sombrero ajeno.

Y ahí sigue la violencia, instalada y de remate, sin que haya poder humano que la pare. Uno se pregunta: ¿Y dónde carajo se meten todos esos miles de soldados y policías a la hora de que los grupos en pugna rivalizan, que por las noches y a plena luz del día, generan todo tipo de violencia y circulan por la ciudad, por los pueblos aledaños, por las carreteras, por el campo, por la sierra como Pedro por su casa? ¡No te oigo María, traes tenis! Dicen en el rancho.

Queda claro que el plan para disminuir o desmantelar la estructura del crimen organizado pisa apenas la periferia. A los peces gordos no se toca. Señal de que ellos siguen mandando. Y el funcionamiento de los niveles de gobierno sigue igual. No hay desarrollo y al crecimiento lo confunden con callecitas de dos o tres cuadras que pavimentan. Los servicios públicos están deteriorados y en muchos casos paralizados. Y lo peor: El control del presupuesto no está en manos de las y los alcaldes, de los funcionarios. Está en manos de los que verdaderamente deciden qué hacer con él. La opacidad y la corrupción se impone, y las cuentas que deberían rendir al pueblo, se borran o se esconden en el manto de la impunidad. Así de jodidos.

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