Algo se quebró en la ciudad. Recibo un mensaje, te has ido por la madrugada, es tu segunda muerte física, estuviste muerto en aquella plancha cuando te operaron del corazón. Tengo miedo, encuentro sentido al sueño que tuve hace algunas semanas, repaso la secuencia lentamente, la calle de Academia estaba inundada de agua, un perro acechando en una cornisa, mostraba diversas hileras de dientes, permanecía inmóvil mirándome, se escuchaba el sonido de una trompeta, un tipo vestido de lamé rojo en una esquina giraba la cabeza de un lado a otro mientras tocaba, el perro saltó sobre mí, en aquella huída nadé como me fue posible, el sueño se fragmenta y ahora la calle es un lienzo rojo con sombras, una mujer vestida de morado resuena un látigo indicándome una puerta, entro, ahora estoy en el patio de la academia de San Carlos, un trolebús con luces estacionado, subía, dentro: tú y Tiresias, los dos extendían los brazos mostrándome las manos cerradas, “escoge”, el roedor-profesta de Tiresias con su ojo entre los dientes se deslizaba hasta tu brazo, me miraba con sus pequeños ojos en trance, elegí tu mano izquierda, la abriste, una bala y una cinta roja, retrocedí, sonreíste diciéndome:
No existes.
Vuelvo a leer el mensaje, contacto a tu amigo el poeta Ernesto Lumbreras, le escribiste unas horas antes de irte, es de madrugada, no me decido a ir a tu casa a dejarte un pequeño ramo que hice con cinco llagas, nubes, claveles miniatura, no quiero molestar a nadie, Ernesto está triste, dijo que leías poco, asunto raro. Llevabas tiempo sin dibujar, ni pintar, esa era tu vida: ser Arturo Rivera de tiempo completo, tu salud mejoraba, habías pasado unos días en Tepoztlán, emocionado por ese proyecto de libro de Ernesto que está por concretarse. Maldigo a los que te negaron la retrospectiva de tu obra cuando estabas vivo, maldigo a la muerte, maldigo la calle de Amatlán en la colonia Condesa, nunca será la misma sin tu presencia física, maldigo al Nueva York de 1976 que te hacía elegir entre beber whisky o comer algo. Quiero verte caminando con Pasta, tu perro negro.
Quiero verte de nuevo, buscando una sombra en el parque para mirar desde ahí el mundo, quiero verte sentado en el Café Toscano esperándome. No temías a la oscuridad ni al exceso, eras generoso. Detesto que te encasillen sólo como un pintor oscuro, buscabas incansablemente la luz en tu obra, sí, los tenebristas te asombraban, entendiste que en la oscuridad todo se trata de luz cuando años atrás te arrojaste por la ventana. Fotosensible, aquella conversación en tu casa-estudio sobre ver las luces directo y sus efectos en nuestros ojos nos unió de alguna forma, ocultos tras gafas oscuras reímos. Tu pintura es un infinito juego de luz, es derrumbe y la cima más alta de un mundo interior complejo, Cernunnos es tu espejo, el mundo entró por tus fieros ojos de abismo desde niño, celebro que una mañana decidieras tomar ese trolebús al Centro para estudiar en San Carlos.
* Escritora. Autora de la novela Señorita Vodka (Tusquets)