
EL RUMBO DE LA 4T (PRIMERA DE DOS PARTES)
CHISPAZO
Felipe Guerrero Bojórquez
A los extremistas de izquierda y de derecha les estorba la democracia constitucionalista, y el verdadero socialismo donde el Estado de Bienestar es real, asociado con economías mixtas. Por eso gobiernan imponiendo sus esquemas ideológicos y concentrando el poder. «No me vengan con ese cuento de que la la ley es la ley», dijo López Obrador.
Ese tipo de regímenes no comulgan con la alternancia partidista; los contrapesos de los poderes constitucionales se les convierten en un obstáculo a la hora de ejercer el poder, guiados por sus tesis de la lucha de clases y su deber de destruir las bases legales del modelo neoliberal y burgués para, al mismo tiempo, construir una sociedad «justa» donde todo mundo traiga «doscientos pesos en la cartera y solo cuenten con dos cambios de ropa», según AMLO. El esquema más arcaico de economía socialista.
Por supuesto que hay que buscar la libertad y ponderar siempre la justicia, en todos sus órdenes, para los más desprotegidos, pero no a costa de lucrar con ellos política e ideológicamente. No se trata de darle dinero a todo mundo vendiendo la idea de que eso es justicia, se trata de financiar a quienes realmente lo ocupen; equilibrar los factores de la producción y el desarrollo generando empleo y riqueza para todos; evitar la concentración económica en unas cuantas manos como sigue ocurriendo aún y contener el avance de la pobreza extrema. A poco más de seis años del modelo cuatroteísta, los apoyos solo en dinero no han logrado combatir el rezago social y los más desposeídos siguen padeciendo la falta de medicina, una infraestructura escolar hecha pedazos, carencia de vivienda y la violencia brutal en comunidades tomadas por el crimen organizado. Aún más, este modelo social denominado 4T ha abandonado el desarrollo productivo primario, con una pesca en ruinas, una agricultura en bancarrota y una ganadería por las mismas. En todos los países desarrollados del mundo subsidiar la producción alimentaria es fundamental y es considerada como asunto de seguridad nacional. Aquí no, para el régimen de la 4T producir alimento desarrollando tecnología y competitividad comercial es asunto de ricos. Por eso su prioridad es diseñar programas que apoyen a los productores del sur del país que tengan hasta cinco hectáreas. Está bien, pero no a costa de sacrificar a los ejidatarios, comuneros y pequeños propietarios. Lo que se dice, es que ese programa para apoyar a los campesinos del sur, es una faramalla para ocultar la quiebra financiera para el campo y la pesca. El gobierno federal no tiene dinero porque apenas le alcanza para cubrir el enorme gasto social, pensado más en sostener al régimen a base del voto corporativo, que financiar el desarrollo a fondo del país. A casi siete años de este modelo, las consecuencias están a la vista.
No, no es el modelo socialista de Finlandia, Suecia, Dinamarca, Islandia y Noruega con verdaderos esquemas de bienestar a través de sus sólidos sistemas de salud y educación gratuitos para todos; y con una economía mixta que impulsa exitosamente el desarrollo productivo apoyando a organizaciones empresariales del sector social y privadas. Un socialismo realmente humano y plural. Pero la izquierda en el poder en México está muy alejada de esa ruta y prefiere el autoritarismo bananero de algunos países latinoamericanos.
El modelo social, ciertamente, debe estar encaminado a la aplicación de la justicia a los que menos tienen; pero lo que no se vale es utilizar a los pobres limitando sus expectativas personales a un apoyo económico, a cambio de mantener a una élite en el poder cuyo comportamiento ha sido abusivo y autoritario.
Cuando a un pensamiento de este corte la voluntad popular le concede la oportunidad de ejercer el poder, lo primero que hace es ir estableciendo poco a poco una serie de ideas ajenas a lo que prometieron en campaña, pero a nombre siempre de los votantes. El mejor ejemplo es el desmantelamiento extremo del Poder Judicial, bajo el argumento de que «el pueblo» lo había pedido durante la contienda presidencial. Está bien si se trata de combatir la corrupción, pero el cambio debió ser gradual ponderando siempre, sobre la ideología, la capacidad y la experiencia de los nuevos integrantes de este poder.
El siguiente paso inmediato es construir el aparato propagandístico del régimen para, desde ahí, deslegitimar cualquier inconformidad social, reduciéndola a ataques de los adversarios y «enemigos del pueblo de México». Ese pueblo que «es mucha pieza». Por eso «con el pueblo todo, sin el pueblo nada». Demagogia pura. Todo aquél que cuestione las políticas públicas de este sistema de gobierno, será considerado un enemigo al que hay que exhibir y endosarle el remoquete de conservador y neoliberal. Es esta izquierda intolerante la que mantiene dividido al país. Esa que ha sustituido el concepto de sociedad civil por la de «pueblo» y que ha destruido a las instituciones a través de las cuales un ciudadano podía exigir, constitucionalmente, información diversa a los funcionarios de gobierno, los mismos que hoy ya no tienen la obligación legal de hacerlo.
Se enojan, se molestan los radicales a la hora que se les señala que todo esto es un indicador claro de que México está tomando el rumbo totalitario de Venezuela, Nicaragua y Cuba, donde la libertad ha sido conculcada, la pobreza extrema reina y el poder autoritario de la burocracia política reprime sin piedad a los que piensan diferente. Les espanta hablar de pluralidad. Ser opositores significa ser enemigos a los que hay que aplastar utilizando al gobierno, aunque los inconformes sean gente del «pueblo». Ellos acomodan y clasifican a conveniencia. Nada que ver, por ejemplo, con el socialismo de los países nórdicos. (Mañana la segunda parte)
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