
CHUSPAZO
Felipe Guerrero Bojórquez
EL MANUAL DEL AUTORITARISMO
Hay un patrón. Un guion viejo, gastado y reconocible a kilómetros.
Los gobiernos de corte socialista-autoritario (no socialista humanitario y productivo) empiezan siempre igual: predicando austeridad mientras meten la mano completa a las arcas públicas sin que nadie los audite. Moralmente está prohíbido desconfiar de ellos.
Primero centralizan, luego administran, y después reparten como si fueran los anfitriones de una piñata nacional. Eso sí, anteponen la austeridad como principio, pero también como excusa para controlar el dinero. Ellos deciden como se reparte.
Según ellos, se apropian de los recursos públicos para evitar excesos, pero la austeridad sólo aplica para hospitales, carreteras, escuelas, cultura, deporte e infraestructura y servicios básicos.
Eso sí, para el aparato propagandístico, para las fuerzas armadas y los programas clientelares no hay límite. Ahí se concentra la base del poder.
Ese tipo de régimen es muy dado a dar dinero para comprar seguidores bajo la frase mesiánica de «primero los pobres». Y si, es cierto, ayudan con dinero ajeno, condicionado a algo muy simple: Que sigan votando por los candidatos del gobierno que vino a salvarlos. Mientras tanto, demonizan a los sectores productivos porque “son ricos y no necesitan apoyo”. Y ahí empieza la siembra del odio y la sangría económica.
El país productivo empieza a apagarse. Se esfuman los incentivos agrícolas. La ganadería enflaquece, la pesca entra en crisis y la industria carece de materia prima. La infraestructura laboral y las fuentes de financiamiento se diluyen. La producción baja, las exportaciones caen y el país deja de ser competitivo.
No por accidente, sino por el diseño de una política de Estado donde hay que resignarse a tener dos pares de zapatos, dos cambios de ropa y máximo 200 pesos en la cartera. No más.
¿Luego que ocurre al paso del tiempo? La infraestructura se pudre: carreteras sin mantenimiento, un sistema eléctrico que falla,
una industria petrolera que se endeuda y va en caída libre. Las ciudades se llenan de fugas de agua, drenajes rotos, baches convertidos en cráteres lunares. Y el gobierno dice que «vamos por más», que “el pueblo está feliz, feliz, feliz» . Si, con el agua hasta la cintura, pero feliz.
¿Y la democracia? Las instituciones caen una por una. A unas las desmantelan y a otras las asimilan. Se cooptan los poderes, se partidizan los tribunales, se captura al Legislativo.
Y aparece el líder supremo que reforma la Constitución a nombre del pueblo,
cuando en realidad es para blindarse él y someter a todos los demás.
Luego, desde el inicio, aquello que antes habían rechazado, ahora lo implementan con disciplinada devoción: La militarización. Lo hacen sin pudor. Empiezan a gobernar con los generales, a controlar la policía, ejército, guardias especiales y, por supuesto, a instalar sistemas de espionaje para vigilar al adversario.
El país se convierte en una enorme carpeta de investigación.
Entonces, a pocos años de distancia de cuando arribaron, inicia el empobrecimiento y el éxodo.
Llega la inflación, la carestía, la escasez.
Los salarios se estancan y los precios suben.
La gente empieza a irse… miles, cientos de miles.
Y quienes se quedan aprenden a sobrevivir entre colas, amenazas y discursos patrioteros. La soberanía, no al injerencismo, los traidores a la patria, los aspiracionistas, la ultraderecha..bla, bla, bla..
Claro, ese tipo de régimen, cuando ve menguado sus ingresos, no dudan en el gran pacto con las mafias. Como ya no producen lo suficiente, necesitan de quienes producen en la sombra.
Aparece el mercado negro, las alianzas con las mafias locales e internacionales. El narco deja de ser enemigo para convertirse en socio logístico y en cogobierno. La violencia se vuelve imparable, la extorsión, el asesinato y el secuestro son pan de cada día. El Jesús en la boca ya no soporta tanta maldad.
Luego les sale la vocación expropiatoria y desprecio por la ley. El régimen se siente con derecho divino sobre la propiedad privada:
“Todo es del pueblo… y yo soy el pueblo”.
Entonces expropian, bloquean, incautan, arrebatan. La Constitución se vuelve un papel para recortar y pegar según convenga.
Digamos que no son semejanzas. Hay un manual inalterable que sigue la misma ruta y el mismo desenlace esperado. Es la crónica de una muerte anunciada. Sólo cambian los nombres… y la manera de hablar….

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