Lo que se juega


El pasado domingo se organizó una caravana de coches en apoyo a la reelección de Donald Trump. Salió de Xochimilco para terminar bajo el monumento a Lincoln, en Polanco. No, no se me pasaron los ansiolíticos preelectorales: la marcha fue organizada por el presidente de la American Society y representante del partido Republicano en México, Larry Rubin. Del lado norte del Bravo, los líderes del comité de Morena en NY —sí, hay tal cosa— tienen rato echándole tierra a la organización de Jaime Lucero, la que más trabaja por la dignidad y el bienestar de los migrantes, legales y no, en el noreste de la Unión Americana, al tiempo que le piden a los paisanos acá que voten por Trump.

Por Trump. Ese que nos llamó violadores y narcos. El que se agacha ante los dictadores y atenta contra todas las instituciones y contrapesos democráticos. El que miente como respira, corrompe lo que toca, denuesta a la prensa libre y a la sociedad civil y llama desde el poder a meter a la cárcel a sus adversarios. El que usa a nuestra Guardia Nacional, con la completa sumisión de López Obrador, de muro humano en la frontera sur. El que hace de la separación familiar una política de Estado; “Entre más bebés, mejor”, dijo este pasado verano Rod Rosenstein, el segundo de a bordo del entonces procurador Jeff Sessions. El que retiene a esos menores en condiciones infrahumanas y encima pierde las señas de más de 500 de sus padres que, por la edad de los pequeños, quizá jamás puedan reencontrarse. El que no mueve un dedo cuando los ginecólogos a cargo en sus campos esterilizan mujeres migrantes sin su consentimiento. El que deporta a niños solos en la frontera con México sin importar de qué país sean: todos los cafecitos son iguales. El que acaba de nombrar al primero de noviembre como día nacional para conmemorar a las víctimas de los migrantes ilegales.

La elección de hoy no es asunto de izquierdas contra derechas, de conservadores contra liberales ni de libre mercado contra estatismo. Mucho menos, de lo que López Obrador equivocadamente cree que le conviene a él y a su movimiento. Lo que se juega es la viabilidad de los Estados Unidos, una de las potencias militares y económicas más importantes del planeta, como un país que desde su fundación, con todo y sus tintes racistas, sus deferencias al peor fundamentalismo hipócrita evangélico y su diplomacia de big stick, ha sostenido, al menos en el discurso, los mejores valores de la modernidad. Es cierto que los pecados históricos de la Unión Americana no han sido pocos, y que muchos de ellos se cometieron en nuestra América Latina, pero tampoco podemos olvidar que Washington fue instrumental en detener al fascismo nacionalsocialista europeo que hizo punta en la Segunda Guerra y, después —aunque con resultados mixtos—, en acotar al oscurantismo expansionista del yugo soviético.

Sé que todo lo anterior es discutible, pero esto no: quienes, mirándose fijamente al ombligo, creen que el Imperio merece caer a toda costa, no tienen idea de la monstruosidad que puede llegar a reemplazarlo de regresar, por las buenas o las malas, el poder a las manos de Donald Trump.

@robertayque



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