Riesgo de una oportunidad perdida. Joe Biden México EU


Lo que tradicionalmente había sido un formalismo diplomático, esta vez se ha convertido en todo un debate a nivel nacional: si el gobierno de México hace bien o mal en negarse a felicitar al virtual presidente electo de Estados Unidos, Joe Biden, y a su compañera de fórmula, la senadora Kamala Harris.

El gobierno afirma que se trata de un acto de prudencia, ante un proceso electoral que legalmente no ha concluido y que Donald Trump, aún presidente, no ha concedido; los críticos argumentan que la victoria de Biden es irreversible, y que es un error que el primer mensaje de México frente a su nueva administración sea un gesto de desconfianza, que implícitamente parecería avalar la versión de que hubo un fraude.

En el fondo de este debate hay un problema más grande: durante los últimos años la relación bilateral, en gran medida, se desinstitucionalizó y se tornó personalista, centrada excesivamente en la cordialidad entre ambos presidentes. México dejó de apostar por una interlocución con otros actores, que nos diera el margen de maniobra necesario para mantener vasos comunicantes efectivos con las dos grandes fuerzas políticas. De ahí el dilema que hoy experimentamos y que nos pone en la falsa dicotomía de tener que «tomar partido».

En este escenario, el cambio de gobierno nos abre la posibilidad de rearticular una política bilateral institucional, que tenga sus bases en valores e intereses compartidos, antes que en las afinidades personales (o la falta de ellas). Hoy se prevé que el presidente Biden preste mucha más atención a México en temas ambientales, laborales, energéticos o de derechos humanos. Es probable también que haya cambios en la política migratoria. Habrá pues una agenda más amplia e intensa, menos volátil y más profunda, que requerirá construir entendimientos tanto con demócratas como con republicanos.

Al mismo tiempo, más allá de la presidencia, México debe estar preparado para trabajar con alcaldes, gobernadores y legisladores emanados de ambos partidos, con una lógica de visión de Estado, pues ambos partidos tienen espacios estratégicos de influencia y poder. También debe estar dispuesto a profundizar la colaboración con el sector empresarial, la sociedad civil y las comunidades académica y cultural.

La diplomacia y el cabildeo a nivel local por parte de México serán fundamentales para reconstruir una relación integral con Estados Unidos, pues muchos de nuestros intereses, como el comercio o la migración, suelen tener un componente más local que federal. Para ello, además de una buena relación entre presidentes –que es indispensable– se requiere un activismo bilateral más intenso por parte de gobernadores y legisladores mexicanos.

El debate sobre las felicitaciones y las señales que se mandan importa, e importa mucho. Sin embargo, México debe prepararse para ser nuevamente un aliado que concite el apoyo bipartidista en Estados Unidos. Esto sólo se puede lograr mediante mecanismos institucionales que avancen los intereses compartidos y que trasciendan las relaciones personalísimas. Cada minuto cuenta.




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