La pandemia no ha empeorado per se el siglo XXI. Exacerbó la decadencia, aceleró un quiebre, propició que lo resquebrajado termine por derrumbarse. Los conflictos políticos se incrementan y la pobreza sobrecoge. Apoyar una industria de prácticas cuestionables no significa progreso, tampoco aspira al denodado capitalismo decimonónico.
Habría que desenmascarar farsas para revelar sus intenciones. Caer en la desesperación teniendo privilegios y estimar que cuidarse resulta fútil, supone captar nada o poco. Vivir implica sobrellevar épocas: el futuro pende del desempeño. Actuar con soberbia y expresarlo a través de comparaciones odiosas, menoscaba. Sin embargo, pronunciarse críticamente educa el propio carácter.
El conflicto público incumbe a toda la sociedad. Aunque algunos sean más versados que otros y haya inconscientes que resistan con terquedad. A propósito, Octavio Paz comentaba que aún impera “el arquetipo religioso-político de los antiguos mexicanos: la pirámide, implacables jerarquías y, en lo alto, el jerarca y la plataforma del sacrificio”. Conviene destacar lo evidente más allá de una retórica que persuade y oscila entre tendencia colectiva e inclinación personal.
¿Se entiende la vida como algo sagrado? Va encaminándose todo a acabar con ella. Mientras tanto, buscamos maneras de remontar lo ineludible y prevalecer ante la enfermedad. ¿Qué conforta? Sí, la ciencia, pero también la erudición literaria, la belleza de la obra plástica, la armonía musical. El covid augura daños inconmensurables, amenaza nuestro porvenir histórico. Quizá estemos condenados.
@erandicerbon