Censura y poder


El suceso fue la semana pasada, el presidente en su papel de candidato decidió salir a la sala de prensa de la Casa Blanca a las 6:30 de la tarde, horario de los noticieros nocturnos de la televisión norteamericana, el horario más visto de toda la televisión abierta.

Era la segunda ocasión que salía en público luego de la jornada electoral del martes antepasado. Donald Trump se veía molesto -cierto, es su estado natural pero, ahora, era más evidente-. Los números a esas horas de la semana pasada dejaban ver que la distancia entre él y Joe Biden, el candidato demócrata, eran insalvables.

Así, Trump salió y dijo una mentira para comenzar: “si se contaran solo los votos legales, yo sería el ganador”. Durante 16 minutos, continuó en ese camino que convirtió la Casa Blanca en un recinto partidista y un mensaje presidencial en propaganda partidista.

Uno a uno, los canales lo sacaron del aire. Primero, el canal de noticias de la NBC, con una tendencia liberal, decidió cortar tras la primera frase; luego, uno a uno, los consorcios de televisión abierta para, al final, CNN y FOX en concordancia y tras de hacer una corrección a los datos vertidos.

El episodio dio lugar a una controversia que no existe: ¿Hubo censura al presidente de los Estados Unidos?

No hay mayor poder político que la presidencia, premisa que aplica tanto en los Estados Unidos como aquí. Trump sabe de su influencia y arrastre ante su base y cómo el utilizar los medios -virtuales y tradicionales- para magnificar su mensaje, mensaje que ha politizado todo lo que puede beneficiarle personalmente, desde el uso de cubrebocas hasta la veracidad de los medios. 

La mejor forma de legitimar su discurso es al dinamitar el de los demás, con las primeras bajas en los medios. Durante un lustro, Trump logró erosionar la credibilidad mediática desde su tribuna digital y la ayuda de medios de derecha como Fox News y espacios hablados de la radio. 

El problema es cuando la realidad te golpea en la cara. Trump puede alegar fraude y acción concertada de los medios para legitimar a su opositor -todo ello falso y fácilmente entendible para quien revisa los mecanismos electorales de cada estado de la Unión Americana-, pero su derrota tiene que ver con el crecimiento de casos de covid-19 en su país. 

Cierto, a la población norteamericana le disgusta y aterra la idea de nuevos confinamientos, pero reprueban la falta de acción y liderazgo en contra del aumento en contagios. Entienden que la economía está en un hilo, pero también reconocen que no habrá mejora si los recursos -personales y del Estado- tienen que derivarse al tratamiento de la enfermedad. 

Todos los discursos de Trump que tenían como tema central el combate al coronavirus fueron editados conforme los criterios editoriales de las cadenas, no hubo un solo crítico de ello. Ahora, hay hasta analistas en este país -y, obvio, políticos que desean la impunidad del micrófono perpetuo- que defienden el clamor de censura desde el poder. Inaceptable.

Inaceptable porque se mina el criterio de los medios -todos, con ideologías dispares- para defender el intento propagandista -o golpista, dirían algunos- de una administración que ha fallado en lo esencial: salvar la vida de sus ciudadanos. Cierto, no ha habido un país occidental que haya salvado el rebrote, pero ninguno tan torpe e insensible como el gobernado por Donald Trump. Exagero, tal vez con dos excepciones. Una de ellas en la que vivimos.

Portapapeles

A sus 67 años, su mayor preocupación es la serenata que, de hecho, le llevaron desde ayer en la noche. No la inundación, no la pandemia, no la misoginia. Solo él.

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