CHISPAZO

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CLAUDIA: SER O NO SER.
Felipe Guerrero Bojórquez
Claudia Sheinbaum Pardo reitera a cada momento que Andrés Manuel López Obrador ha sido el mejor presidente de México. Una opinión muy respetable, como lo es la de aquellos que señalan que AMLO ha sido el peor en la historia del país.

Pero la gran diferencia es que quien habla maravillas de AMLO tiene investidura presidencial y, por lo mismo, debiera respetar a los ciudadanos que piensan diferente, en lugar de descalificarlos y querer a fuerzas meterlos en el reducido círculo de la oposición partidista.

Así como hay millones de mexicanos que piensan que López Obrador fue un buen presidente, también hay otros tantos millones que piensan lo contrario y, en todo caso, podrían considerarse como una oposición ciudadana, pero no necesariamente como parte de una oposición partidista o que pertenecen a las filas de esos trillados y abstractos remoquetes de «neoliberales» y «conservadores».

Ahora resulta que una gran cantidad de mexicanos no pueden cuestionar a López Obrador porque la propia presidenta los trata como «nuestros opositores»; es decir, incluyéndose ella en automático en un bando, e insistiendo en dividir al país bajo la idea intolerante que la 4T es perfecta y que casi casi AMLO es el padre de la patria.

«Ya déjenlo en paz», (a López Obrador), pidió la presidenta en la mañanera, luego de las críticas recibidas por el macabro hallazgo en Teuchitlán y fue más allá en su defensa: «Es que ahí quien tenía resguardado el predio era la fiscalía local». Como si un hallazgo de esta naturaleza, hecho por las madres buscadoras, que no solo ha estremecido a México sino al mundo, no fuera responsabilidad del Estado Mexicano.

López Obrador no hizo un gobierno perfecto. Así como implementó políticas públicas que han beneficiado a millones de mexicanos, sobre todo las becas y las pensiones, también dejó a un país devastado por la violencia a causa de su modelo de «seguridad» de «abrazos y no balazos», lo que dejó 200 mil muertes dolosas, 52 mil desaparecidos y vastas regiones del país en manos del crimen organizado. Solo por poner un ejemplo de otras tantas malas herencias que se le señalan, como el deteriorado sistema de salud (sobre todo falta de medicamentos) y el sistema educativo, cuya infraestructura sigue en peores condiciones.

De modo pues que el sr. López no se escapa del juicio de millones de mexicanos, mismo que la presidenta debería respetar porque, por el contrario, está obligada a escuchar y constatar los señalamientos para corregir el rumbo, en vez de rendir culto al que se fue y seguir dividiendo al país.

La lógica del discurso de la 4T de que ellos son los buenos, los puros, los moralmente avalados para hacer y deshacer, incluso por encima de la ley, los ha llevado muy pronto al terreno de la intolerancia y la soberbia y por lo mismo del deterioro político. Lo que ocurre es que sus excesos ya empiezan a trastocar su estructura interna, la del gobierno y la su «movimiento»; y la descomposición se asoma a través del descontento de militantes y simpatizantes que observan los mismo vicios que cuestionaron del autoritarismo del PAN y el PRI. Lo mismo pasa con el sentimiento ciudadano, sobre todo porque en la parte local les toca lidiar con funcionarios corruptos, la ausencia de inversión pública, con la violencia imparable y la complicidad con las fuerzas del mal.

La apuesta de Claudia Sheinbaum de defender a ultranza a López Obrador, en lugar de ponerse a trabajar en su proyecto de gobierno, obstruido por las dificultades heredadas, y que sea el pueblo y la historia quien lo juzgue, solo ahondará la división en el país y confirmará más la idea que millones de mexicanos tienen de ella: Que es una títere del ex presidente, a quien, y eso dice mucho, insiste en llamar presidente. El príncipe Hamlet, en la obra de Shakespeare, dice al inicio de uno de sus monólogos: «Ser o no ser, esa es la cuestión».

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