
CHISPAZO . Felipe Guerrero Bojórquez.
ENTRE EL DISCURSO EXTREMO Y EL ELOGIO SOSPECHOSO.
La visita de Marco Rubio a México abre más dudas que certezas. ¿A quién fortalece realmente? Los morenistas se abrazan al triunfo: la presidenta Sheinbaum apareció de la mano con el secretario de Estado de Donald Trump, ni más ni menos que el halcón más radical del trumpismo. El mismo Rubio que ayer tronaba contra el narco-Estado mexicano, hoy vino en traje de negociador sonriente. Y, la verdad, a los ojos de no pocos analistas con fama de neoliberales, la imagen de la mandataria se observó fortalecida, al menos hasta hoy.
Un día antes, el propio Donald Trump elogió al extremo a la presidente Sheinbaum: Esta vez no solo destacó su inteligencia, sino que fue más allá en la apología y le dijo que «era increíble, hermosa, elegante, pero México está dirigido por cárteles». Deveras, ¿es sincero Trump? ¿Cree que la mandataria le compra su narrativa? Si alguien debe estar convencida del juego de inusitadas palabras en la boca de un tipo como Trump, es justamente Claudia. ¿Estamos frente a una estrategia misógina, maquillada de elogios, cuya apuesta se centra en una especie de zanahoria seductora? ¿O habría que creer que bajo todo esa verborrea de galán de rancho, existe una apuesta honesta? ¿Honesta? No cabe duda: del discurso extremo a la alabanza sospechosa.
¿Cómo verán esto los electores de Trump? Porque en la Florida, Marco Rubio prometía intervención a puños cerrados, y esta vez, en la capital mexicana, terminó levantando la mano de Sheinbaum, reconociendo la colaboración de un gobierno que presume resultados a toda prueba contra los cárteles de la droga. ¿No es esto una contradicción evidente? ¿Pierde o no filo el discurso republicano obligado hoy a reconocer avances de un país que bautizó como “cuna de narco-terroristas”?
Hay quienes hoy, analistas serios, no propagandistas del régimen, afirman que en esta etapa de la relación Sheinbaum-Trump, la mandataria ha sorteado muy bien las presiones del imperio, porque le ha sacado raja a las bravatas provenientes de la Casa Blanca, respondiendo en un tono paciente y equilibrado.
La otra lectura: quizás no se trata de concesión, sino de estrategia. Un pacto de corto plazo para dejar constancia: si no se cumplen los compromisos, ahí queda el antecedente para justificar después una intervención vía agencias de seguridad. En el fondo, el guion es viejo: primero la palmada, luego el manotazo.
Lo que sí, e lo inmediato, Sheinbaum salió fortalecida. Entre los suyos se ve como Estadista, mientras la oposición mexicana se quedó con cara larga, esperando que Rubio sacara el garrote y no la zanahoria. Se trata de la oposición partidista, no de la oposición social que a diario sufre las acciones violentas, en sus diversas manifestaciones, del crimen organizado.
Y en medio de todo, y con el mismo tono estratégico, el guerrero de élite Ronald Johnson —el nuevo embajador— se desvive en elogios a la 4T, como si fuera vocero de Bucareli. Muy lejos de la apacible rudeza del sombrerudo Ken Salazar, que sí advertía sobre el poder del crimen organizado. Hoy, Johnson se porta más franciscano que combatiente y ha dejado a un lado la rudeza por la ternura; en nada se parece al Rambo aquél cara pintada, con boina y de torso desnudo, enfrentando sin piedad a las pandillas asesinas en El Salvador ¿Cambio de estrategia o de prioridades?
¿Son sinceras estas alabanzas de Trump y Rubio hacia Sheinbaum? ¿O es la fábula del lobo con piel de cordero? Porque si algo ha quedado claro es que desde siempre a Estados Unidos no le interesa la democracia en México. Le interesa el fentanilo, el comercio y los aranceles. Mientras se cumplan esos puntos, pueden convivir incluso con regímenes de corte autoritario, presionar e intervenir hasta donde sus intereses se lo permitan.
Hoy, más allá de sus estridencias, Trump aparentemente se siente cómodo con el gobierno mexicano. Después quien sabe. Es que su gobierno se mide por su temperamento, sus reacciones políticas por su bipolaridad, pero, al final, sus decisiones tienen como objetivo central el dinero.
Y es que históricamente, de frente al imperio, con sus muy contadas excepciones, México ha pagado la factura de siempre: Soberanía hipotecada y democracia estancada. ¿Habrá ahora un capítulo diferente o le seguiremos de punta? A como está el país de polarizado la pregunta tiene dos respuestas. Punto.
Igual, en el pragmatismo histórico de los gringos, no es difícil advertir una moraleja que los define: La democracia puede esperar, el negocio no. Y lo de ayer fue justamente eso. Nada de radicalismos innecesarios. Aquí y allá, las elecciones ya pasaron.
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