
CHISPAZO. Felipe Guerrero Bojórquez
El espejo de la intolerancia
Ayer lo advertimos: Que ante el asesinato de Carlos Manzo, alcalde de Uruapan, y la legítima indignación y protestas del pueblo de Michoacán, la presidenta Sheinbaum saldría, en su mañanera, descalificando las protestas, a los medios, periodistas, analistas y le daría la vuelta al problema central: La violencia imparable y el poder del crimen organizado.
Hay gobernantes que no soportan el reflejo del país que gobiernan. Les incomoda el espejo social porque muestra la grieta entre su narrativa y la realidad. Claudia Sheinbaum, en su afán de blindar el discurso de pureza moral heredado de su mentor, ha elegido un camino que erosiona su autoridad: el de la negación sistemática y el de la intolerancia. Niega la crítica, niega la independencia de la protesta y niega, en consecuencia, la legitimidad del dolor. Y se niega así misma en su investidura constitucional.
El asesinato del alcalde de Uruapan, Carlos Manzo, se convierte así en una doble tragedia: una humana, y otra política. La primera duele porque un servidor público fue abatido en el cumplimiento de su deber; la segunda hiere porque la presidente del país prefirió sospechar del clamor ciudadano antes que solidarizarse con él.
Lo que debería ser empatía se convierte en fiscalización ideológica: ¿quién convoca?, ¿quién manipula?, ¿qué cuentas en redes lo promueven? No pregunta cómo proteger a los alcaldes, ni cómo garantizar justicia, sino quién se atreve a manifestar el enojo. La señora presidente no escucha el grito, solo lo oye; quiere saber de dónde viene, no por qué se expresa.
Este patrón no es nuevo; forma parte del manual de control simbólico del poder: reducir toda crítica a “politiquería”, toda protesta a montaje, y toda indignación a conservadurismo.
Hoy, especialmente en Michoacán, el gobierno busca cuentas falsas en la red social, como si la indignación necesitara bots para existir.
El resultado es un gobierno que, al supervisar la conciencia pública, se va pareciendo a lo que dice combatir: un régimen que teme a su propio pueblo.
Y en México, producto de las reformas del autoritarismo silencioso, ese régimen ya vigila al ciudadano que alza la voz; no ordena revisar las redes del crimen, pero exige revisar la de los inconformes, la de sus críticos, argumentando sedición y calumnias para justificar el atentado contra la libertad de expresión. Es la inversión perfecta de la justicia: la sospecha sobre los indignados y la indulgencia para los violentos.
En la izquierda de la 4T pululan extremistas del simbolismo hipócrita; primero Andrés Manuel López Obrador, y ahora Claudia Sheinbaum convertida en fanática del espejo inmaculado. Es cosa de escuchar lo que dijo del asesinato de Carlos Manzo y las manifestaciones de la gente en Michoacán, para entender que la presidente no gobierna: se purifica. Y en su purificación, convierte la indignación en sospecha, la crítica en conspiración, y el dolor en algoritmo.
No hay nada más peligroso que una fe que gobierna. Porque la fe no percibe el rumor de la historia; tampoco escucha a los que cuestionan su prédica, solo los excomulga. Y Michoacán es hoy el mejor ejemplo de ello.

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