
CHISPAZO Felipe Guerrero Bojórquez
DIPLOMACIA IDEOLÓGICA VS DIPLOMACIA PRAGMÁTICA
¿Cómo confiar en un socio que protege dictaduras, subsidia regímenes autoritarios y no controla su propio territorio frente al narcotráfico? Esta es una pregunta fundamental qué se hacen en Washington de frente al régimen de la 4T.
La intervención de Estados Unidos en Venezuela no es un caso aislado, es una señal para América Latina y principalmente para México.
Los gringos lo saben: La oposición de Claudia Sheinbaum al cerco petrolero contra Venezuela no es un gesto humanitario ni diplomático, es la continuidad de una política exterior ideologizada que privilegia afinidades políticas sobre intereses estratégicos. El gobierno mexicano no habla como Estado con equilibrio jurídico, sino como portavoz de un bloque político que se resiste a leer el mundo tal como es.
Estados Unidos no responde por capricho, responde por patrón y bajo el diseño avasallador de un imperio que exige democracia y derecho humano a los que define como sátrapas y opresores de sus propios pueblos. Cuando Washington cuestiona el apoyo de México a Cuba, no evade el tema, lo centra. Petróleo enviado sin rendición de cuentas, respaldo político a regímenes autoritarios y silencio frente a sus abusos construyen un expediente incómodo. Para Estados Unidos, México ya no es solo vecino, es un socio bajo observación.
Por otro lado, el punto ciego del gobierno mexicano es creer que el narcotráfico sigue siendo un asunto doméstico. No es así. Para Estados Unidos es un tema de seguridad nacional. De ahí conceptos que incomodan pero pesan: narco-terrorismo, narco-Estado, Estado fallido. En ese marco, cada gesto de complacencia hacia el exterior a favor de regímenes autoritarios, agrava la desconfianza. No resuelves en casa un problema nodal y, al mismo tiempo, ofreces señales de apoyo a dictaduras que también sobreviven aliadas a grupos del narcotráfico internacional.
Por eso Washington define el “no intervencionismo” de México como coartada política.
Defender la no intervención frente a Cuba, Venezuela y Nicaragua ya no es neutralidad, sino complicidad pasiva. El principio histórico se ha vaciado de ética y se ha convertido en un escudo para justificar el apoyo a dictaduras, mientras se exige comprensión internacional por la violencia interna.
Y todo lo anterior podría tener un costo que se traduciría en aislamiento progresivo.
Por supuesto, no habrá ruptura inmediata, pero sí algo más peligroso: pérdida de credibilidad. La relación con Estados Unidos entra en una fase de presión constante, donde México deja de ser aliado confiable para convertirse en problema a contener.
En conclusión, México quiere ejercer diplomacia moral en un mundo que opera con lógica de seguridad. Defender regímenes autoritarios mientras se tolera la expansión del crimen organizado no es soberanía, sino una apuesta al desgaste. Y en la relación con Estados Unidos la paciencia estratégica no es infinita.
¡Aguas! Efectivamente, la ofensiva contra Venezuela y el cuestionamiento de la relación México-Cuba, no es aislado, es una señal clara con lectura para principiantes. El que quiera ver que vea; sino que sigan cerrando los ojos. Lo malo es que nos llevarán a todos entre sus patas. Si, patas.

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