de la indagación en campo al tribunal


La figura clásica del detective privado, moviéndose en los linderos de la legalidad y bebiéndose su soledad entre caso y caso, tan astuto como derrotado pero conservando un cierto sentido del honor y la moral pública, a pesar de los deslices y metidas de pata. Desarrollado sobre todo a partir de los años treinta del siglo pasado en la literatura y el cine, esta figura encontró en Perry Mason a uno de sus principales y más trascendentes representantes, habitando la amplia serie de novelas escritas por el también abogado Erle Stanley Gardner, publicadas de 1933 a 1973 y en las que se presentaban diversos casos en los que se involucra el protagonista, normalmente atendiendo a clientes acusados de manera injusta y con elevadas posibilidades de acabar en la cárcel. 

Las historias de Mason fueron llevadas al radio de 1943 a 1955 y posteriormente a la televisión de 1955 a 1967, interpretado por Raymond Burr, quien regresó al papel de 1985 a 1995, además de una breve temporada entre 1973 y 1974, en la que Monte Markham asumió el papel. Ahora, con la sólida y versátil actuación de Matthew Rhys, entre el humor y el fracaso al fin cayendo parado quién sabe cómo, el afamado investigador vuelto abogado defensor vuelve a cobrar vida en una serie que encuentra un justo equilibrio: retomando su esencia y al mismo tiempo brindándole un sentido de actualidad, no de época, sino de perspectivas acerca de los tiempos que corren en las tendencias de las series televisivas actuales, más exigentes en términos de guion, profundidad argumental, interpretación y diseño de producción en general. 

Escrita por Rolin Jones y Ron Fitzgerald (Weeds, Friday Night Light, Boardwalk Empire), Perry Mason (EU, HBO, 2020) se inscribe en el noir clásico y se desarrolla en Los Ángeles de la década de los treinta del siglo XX, entre todo el contraste de las fachadas de relumbrón y las callejuelas llenas de suciedad. La primera temporada gira en torno al caso de un bebé secuestrado que muere en el proceso y al que se le cosen los ojos para aparentar que seguía vivo; entre los varios sospechosos entre los que se incluye al padre, está la madre de la criatura (Gayle Rankin), en cuya defensa aparece E. B. Jonathan (John Lithghow), quien contrata al detective para que colabore en la indagación, formando equipo con su compinche de siempre (Shea Whigham, desenfadado), y con la asistente/socia del bufet jurídico (Juliet Raylance, irónica), también integrando a su novia (Myrna Prystock) e invitando al abogado Burger (Justin Kirk). La estructura narrativa, ágil y ampliamente enfocada a construir personajes tridimensionales, con salpicadas de humor, misterio y tensión, inserta con dinamismo los procesos de indagación del crimen, sus múltiples aristas y el proceso de juicio, en el que se enfrentan al ambicioso fiscal de distrito (Stephen Root) y donde se pasean diversos personajes relacionados, como los miembros de una iglesia que aprovecha el carisma de su joven predicadora (Tatiana Maslany), algún policía en conflicto (Chris Chalk) y los infaltables detectives policiacos siempre al acecho y en perpetua rivalidad con el protagonista, distanciado de su hijo y ex esposa, ahora con esporádica y exigente novia mexicana (Verónica Falcón), viviendo dentro de un aeropuerto en una casa heredada: con sus pasados demonios bélicos, ahora toca ir resolviendo el presente que se abre en distintas y confusas pistas. Sumamente disfrutable la actualización de este personaje clásico de la novela negra pop.

cinematices.wordpress.com 

@cuevasdelagarza



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