Día de Muertos


Este año que casi termina, miles de hogares mexicanos han tenido la tristeza de despedir a algún familiar del mundo de los vivos, quizá la mayoría cuando todavía no era la hora, pero que se adelantó por la mala fortuna de que ese pariente se contagió de Covid-19 y lo venció el virus maldito.

La alarma que produjo la acumulación de los primeros casos de fallecimiento, se convirtió en una incertidumbre que primero se vivió a distancia en el Oriente y Europa, de donde llegaron los primeros portadores que no fueron controlados por las autoridades mexicanas cuando arribaron a nuestro país. 

Se asumió actividad inútil porque era inevitable su llegada; igualmente su investigación porque implicaría gastar demasiado dinero, en un país rumbo a la quiebra, sólo para saber sí estaba contagiado, lo cual nada ayudaba, ya que finalmente habría que atenderlo. 

Y aquí el primer drama, nuestro sistema hospitalario por años descuidado enseñó su silueta huesuda y con guadaña, a quien requirió sus servicios por Covid-19.

La suma de muertos fue dejando sin efecto el asombro y el susto y los informadores con bata de sepultureros sin ninguna emoción, solo han dado cifras a la alza, sin diseñar ninguna estrategia de recelo, sino que a regañadientes asumir la que negaban como de efectiva prevención demasiado tarde y haciendo alarde de inmunidad teatral. 

Hoy alcanza el número de muertos casi el de pobladores que tenía mi ciudad, Saltillo cuando era joven; es decir en ese tiempo sumar los muertos de hoy hubiera significado borrar del mapa esa ciudad de más de cuatrocientos años.

Mañana el Día de Muertos que es entre los mexicanos fecha casi festiva culturalmente hablando, calará en lo profundo del imaginario, se hará un drama real, un dolor profundo invadirá a los sobrevivientes, y marcarán en su calendario este año como el más funesto hasta ahora en más de cien años. 

Quizá no habrá flores, ni velas, ni se ofrecerá la comida favorita del difunto; quizá un altar modesto, tal vez sólo una fotografía y una lágrima que también se niega a rodar por la mejilla; tal vez un chocolate con pan de muerto y alguna anécdota que hará presente en el escenario familiar al que se fue, y al revivirlo en la memoria se formará un mosaico de alegres recuerdos que agitaran las almas para luego pasar a la calma en que se pregunta al Gran Arquitecto ¿Por qué él o ella?



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