Discos cincuentones 1970 (segunda)


Seguimos con el breve recorrido por los discos que cumplen medio siglo de rodar, ahora revisando algunos cantautores, géneros varios, cierres grupales y aperturas de nuevas rutas compositivas.

Primero el todo y sus partes. The Beatles terminaron su trayectoria discográfica con Let it Be, todavía con el genio puesto en cada composición pero ya acusando separaciones irremediables: no fue su mejor álbum pero mantiene el estándar alcanzado con anterioridad y, en efecto, ese organismo inmortal dejó ser a sus cuatro integrantes para que se lanzaran en solitario o bien acompañados, aunque cargando con la impronta de sus orígenes en Liverpool. Paul McCartney, como para confirmar identidad, pronto publicó el homónimo McCartney, su debut solista con la obvia auto-influencia beatlesca y haciendo relucir hasta a la basura para dejarnos asombrados, mientras que John Lennon continuó con su trabajo paralelo iniciado un par de años de atrás, vía el intrigante, confesional e innovador Plastic Ono Band, en complicidad con Yoko Ono e incorporando algunas de sus ideas experimentales.

All the Things Must Pass es un álbum triple que dio salida a canciones que George Harrison había estado realizando desde cinco años atrás. De aliento budista y apuntando hacia la comprensión de lo efímero y a buscar la divinidad de acuerdo con lo que cada quien entienda por ello, se desprenden las notables armonías sello de la casa, ya imbuido en el misticismo oriental y con mayor margen de maniobra en plan solitario. Ringo Starr, por su parte, entregó el reposado Sentimental Journey, integrado por clásicos del jazz de los años treinta, por momentos en plan de juguetón crooner y bien acompañado por varios amigos, dándole sonido a las transiciones por las que pasamos en distintas estaciones de las rutas amorosas; ya encarrerado, publicó Beaucops of Blues, proponiendo covers del terreno country.

En plenitud combinatoria donde igual caben el jazz, el rock, el country y el soul, Van Morrison nos puso en selenita movimiento con Moondance, al tiempo que After the Gold Rush nos devolvía a un tiempo posterior, tercer disco de un Neil Young en pleno derroche creativo como lo demostró al formar parte de Crosby, Stills, Nash & Young, asociación altamente creativa que produjo Dèjá Vu, obra cumbre de la integración entre el rock, el folk y el country que, en efecto, deja esa exquisita sensación de haberlo escuchado y al mismo tiempo, cada vez, sonar como si fuera la primera vez que pasa por nuestros oídos. Y para ponernos de buen humor con las letras cargadas de sardónicos influjos pop, ahí estuvo 12 Songs de Randy Newman.

Bob Dylan amaneció levantando otra vez la mano con un puñado de canciones para recibir la nueva década, integradas en New Morning, después de ser figura principal de los sesenta, en tanto Tom & Jerry, bien conocidos como Simon & Garfunkel le pusieron fin a su asociación con Bridge Over Troubled Water, broche de oro encabezado por su imponente canción titular, en tanto Cat Stevens presentó el evocativo Tea for the Tillerman, su disco más conocido y con altos niveles de inspiración compositiva y letrística para retratar asuntos que nos impelen a todos. Nick Drake apostó al contraste en Bryter Layter, su opus 2, entre detalladas y enriquecedoras instrumentaciones y arreglos de actualizado barroquismo que iluminan el nórdico cielo del norte, por donde se cuela la pérdida y soledad como condiciones permanentes de vida.

Abriendo paso al softrock, James Taylor tejió fino con su segundo disco, el salpicado por fuego y lluvia Sweet Baby James; la gran canadiense Joni Mitchell derrochó sensibilidad en Ladies of the Canyon, su tercer álbum en el que un folk en plena evolución, aquí guiado por el piano e instrumentaciones más elaboradas, y en el que continuaba narrando los tiempos que corren sin olvidarse de los sucesos personales, los de puertas para adentro. Después de presentarse el año anterior, Rod Stewart amplió su espectro con Gasoline Alley, combinando propositivos covers con piezas propias; Bernie Taupin contribuyó de manera clave para conceptualizar el oeste estadounidense en Tumbleweed Connection, álbum firmado y compuesto por Elton John: la dupla despuntaba como una de las asociaciones más connotadas de los setenta.

Traffic continuó con su convencida labor de entreverar géneros varios y presentó uno de sus grandes discos: John Barleycorn Must Die, ahora con una perspectiva histórica centrada en el folk británico con referentes del rock, que tuvo una obra clave en Fully Qualified Survivor, confirmando a Michael Chapman como uno de los músicos puente entre estos dos géneros en plena interacción; robustas composiciones pasadas por juegos de cuerdas, explorando emociones propias de un sobreviviente. El incansable compositor, productor e intérprete John Stewart entregó Willard, también envuelto en folk con rítmica prestada del rock’n’roll.

Enarbolando la bandera del rock sureño en su clásica expresión, The Allman Brothers presentaron Idlewild South con todo y la fuerza que dan los lazos familiares y el propio origen, mientras que The Flying Burrito Brothers nos regalaron un buen lujo de country rock con Burrito Deluxe, justo para relamerse los bigotes. The Byrds siguieron en vuelo y se despacharon con un doblete conocido como Untitled/Uniussed: el primero recupera un concierto y el segundo se conforma a partir de nuevas composiciones, ya en pleno estado de madurez.

cinematices.wordpress.com
@cuevasdelagarza



Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *