
Sudán es uno de los países más pobres del mundo y allí ha reinado por años una profunda estabilidad política y social.
Ahora, las Fuerzas Militares dieron un golpe de Estado, que ha desatado un caos en la nación al disolver el gobierno civil que se mantenía en coalición con los militares desde 2019. Sedientos de poder, derrocaron la administración de Abdalá Hamdok. El saliente mandatario estuvo detenido en su propia casa durante dos días, en los que, según los golpistas, estaba en buena condición física. La toma del poder ha generado multitudinarias protestas en las calles de la capital, Jartum, en la cual han dejado al menos diez muertos en medio de los disturbios reprimidos por el ejército sudanés.
La comunidad internacional ha reaccionado de cierta manera, pero sin muchas acciones directas sobre los militares golpistas. Estados Unidos, la Liga Árabe y la Unión Africana mostraron su preocupación por la situación en el país, y el secretario general de la ONU, António Guterres, dijo que Sudán formaba parte de la “epidemia de golpes de Estado” que se vive en África. Antony Blinken, secretario de Estado estadounidense, habló con el primer ministro separado de su cargo y manifestó que lo hecho por las Fuerzas Militares es “una traición a la revolución pacífica de Sudán”.