Algo hay en el ADN de los seres humanos que nos lleva a vivir en constante competencia. Dicen que la inercia es mayor en hombres que en mujeres. Será el sereno, pero unos y otras solemos sucumbir a la tentación de las confrontaciones. En especial de las comparaciones, que, aunque dicen que son odiosas las practicamos con natural frecuencia. Seguramente los genes se nos estimulan desde engendros cuando aplicamos la clásica: “Pero mi papá es más alto” y el individuo con quien armamos cualquier babosada responde: “Ah, pero el mío es más fuerte”.
Igual de absurdos, pero mucho más tontos, nos vemos los que presumimos adultez cuando acudimos a los contrastes para defender alguna parcela de la vida. Y todavía peor cuando dicha parcela ni siquiera es nuestra, sino que es alguna apropiación simbólica elaborada a partir de filias o fobias. Y en ello el deporte, como en muchas otras facetas, se pone de a pechito para recrear la discusión, azuzar el morbo y, seamos honestos, perder el tiempo. Porque una cosa es practicarlo y otra emocionarse porque un fulano es más lo que sea que otro.
Entrar en semejante perorata equivale a dar puntos de vista en torno al desarrollo de un juego de video. Los que opinan no solo no juegan, sino que además existen (discursivamente hablando) en tanto otros entes manipulan los controles. Así de enajenante resulta, pero llevado a la potencia de lo inexplicable cuando se defienden colores, equipos o individuos que ni siquiera de la familia son. Hace un par de fines de semana se proclamaron campeones los Lakers de Los Ángeles, siendo nombrado “emvipi” de las finales Lebron James. El morenazo de fuego llegó a su cuarto anillo de campeón y al mismo número de veces como jugador más valioso.
Y con ello se reavivó la pregunta de quién merece ser considerado el mejor basquetbolista de todos los tiempos, es decir, the G.O.A.T. (acrónimo de greatest of all time) para los que mascan el inglés. Lebron James vs Michael Jordan, ese fue el tema de los días posteriores a la celebración de los angelinos, que además le pusieron el toque de nostalgia al dedicar el triunfo al malogrado Kobe Bryant, quien vendría a ser algo así como el tercero en la lista. Sin embargo, el lugar uno y dos se lo pelean los “fanseses” del que llaman El Rey (Lebron) y Su aérea majestad (Jordan).
Y es que independientemente de la lucha que hagan o hayan hecho los atletas, de ese o de cualquier otro deporte, de la eterna discusión que implica a Pelé y a Messi; a Schumacher y a Hamilton; al propio Lebron y a Jordan, o a cualquier otro binomio de la disciplina que sea, abona más a la dinámica de los aficionados que a la historia de los presuntos implicados que, independientemente de lo que piensen o sientan los aficionados, están más allá del bien y del mal. Y siguen siendo rentables cuando juegan, descansan, desde el retiro o incluso habiendo dejado este mundo matraca.
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