A la infeliz Felipa.
La verdad tiene valor intrínseco, sin importar quien la diga. Cualquier corrupto puede decir que “la corrupción es lo que más ha dañado a México”, y su afirmación sigue siendo verdadera.
Para ser eficaces en la lucha contra esa epidemia —y no hacer de ella simple bandera política—, empecemos por conocer cómo surge y se multiplica hasta convertirse en metástasis que pudre al cuerpo social.
La depravación de personas, instituciones y sociedades comienza con la corrupción del lenguaje, y la peor es la que se da a través de la mentira. Con ella es imposible el entendimiento, la confianza y el compromiso limpio entre personas, sobre todo cuando ese desvalor impregna todos los ámbitos de la vida social y de la actividad política.
Es cierto que nadie está legalmente obligado a decir la verdad sobre su participación en un delito, ni a informar lo que conoce en función de ciertos ministerios o profesiones, como el sacerdocio y el periodismo. También debe respetarse el derecho a no ser delator en razón de vínculos cercanos de sangre, gratitud o amistad íntima. Hay casos en que delatar es de canallas. Además, hablar de lo estrictamente privado puede ser, en ocasiones, perjudicial y estúpido.
Lo incontrovertible es que los grandes males de la sociedad de nuestro tiempo se podrán ir resolviendo en la medida en que las nuevas generaciones se decidan a recuperar una virtud del pasado no lejano: honrar el valor de palabra, y tenerla en alta estima por considerarla cuestión de honor, concepto éste totalmente en desuso.
Sí, la historia nacional también registra crímenes y traiciones cometidos por “los héroes que nos dieron patria” (salvados de la deshonra gracias al maniqueísmo oficialista), pero ahora los simplemente pícaros son admirados, imitados y votados; por eso —y por la debilidad de nuestras instituciones— pululan los sinvergüenzas y prevalecen el delito y la impunidad.
Cuando hace 26 años fui candidato presidencial decía: en el ámbito político, la mentira sistemática y la pugna de apetitos han producido una tolvanera que impide la visión limpia de la vida nacional. Eso nos obliga a luchar por un verdadero estado de derecho y por un México sin mentiras. Hoy, que estamos peor, esa tarea es impostergable.
Pd. Su Alteza Serenísima ordenó a Pemex rescindir contratos licitados con varias empresas; bastó con que apareciera en una investigación periodística el nombre de Felipa Obrador como partícipe en una sociedad que trabaja para Pemex desde 2013.
Pues si hubo irregularidad o delito, que se les aplique la ley; pero ser tocaya de Calderón no la hace némesis del susodicho, ni apellidarse Obrador y ser su prima significa, necesariamente, que sea corrupta. Otra vez el puritanismo farisaico hecho gobierno. ¿Y de Pío y demás secuaces?, ¡nada!