No tiene que ser todo o nada, como nos enseñaron en la escuela. No se trata de volver ya a la normalidad en las primarias y secundarias del país, sino de reabrirlas en la medida de lo necesario para mitigar los grandes riesgos educativos.
Se trata de tomar en serio que tales riesgos existen y que sus consecuencias importan. Se trata, sí, de indagar quiénes son los niños que ya abandonaron la educación e intentar traerlos de nuevo; o aquellos que no han podido seguir los programas, para empezar a ponerlos al día antes de que las lagunas en el aprendizaje se vuelvan océanos; o aquellos cuyos padres y abuelos no pueden continuar haciéndola de maestros porque están trabajando, porque no terminaron la secundaria, porque no saben cómo ayudar o porque simplemente, como hay tantos ejemplos, no logran que los niños les hagan caso. La escuela debería ser parte de nuestra paulatina reactivación.
Pero no. Parece que no nos hemos tomado en serio la importancia de la educación. A nadie se le ocurrió pensar que es una tarea esencial; que, así como el trabajo y la economía, no podemos tirarla por la borda por las consecuencias que inevitablemente tendrá.
El gobierno de Jalisco se prepara para abrir sus escuelas el mes que viene, con los necesarios cuidados y “poco a poquito”, según la nota de ayer de FGTelevisión en ese estado. Qué bueno: veremos de qué tamaño se arma el debate y la perseverancia de su argumento. Nuevo León hizo una finta hace días, pero ayer mismo, según FGTelevisión Monterrey, quedó claro que ni pensarlo: hasta que el semáforo se ponga en verde.
El verde es un color lejano, decíamos aquí hace un mes. Cuando tengamos vacunas ya habrá pasado un año desde el cierre y la educación básica mexicana tendrá que reiniciar bajo cero.
Y la SEP cumplirá un año de que bajó la guardia. Se contentó con entregar a los papás la responsabilidad y poner después a su disposición algunos apoyos, como la tele en agosto. Está bien, pero en ningún momento ha dado la pelea por las niñas y los niños que, se sabía, no contarían con la ayuda necesaria.
Se sabía, insisto. Los informes de la Unesco no se hicieron esperar: los cierres escolares agravan las brechas educativas, subrayaban. Y hace un mes hicieron un llamado desesperado para que “la emergencia educativa no se convierta en un desastre generacional”.
Entiendo que los organismos internacionales han sido blanco de crítica. Volteemos a otro lado: otros países, aun menos necesitados que nosotros, han batallado por su educación en este año pandémico. Francia es un ejemplo: bajo la divisa de “proteger a los alumnos y a los adultos y asegurar la educación para todos”, ha tenido sus escuelas abiertas gran parte del año. Con menos horas, menos alumnos, cubrebocas, distancia, aire libre y todo lo que ya sabemos… pero abiertas. Y con abierta discusión.
Por lo menos algunos alumnos, los más débiles educativamente, deberían estar ya en la escuela. Con los filtros que ya se anunciaron, la mitad de los días, la mitad de los docentes… Los maestros mayores o vulnerables no deben volver, está claro, pero los demás no corren más riesgos que un trabajador normal. Y los niños ahí podrían aprender cómo cuidarse mejor y cómo cuidar a los demás.
luis.petersen@FGTelevision.com