
CHISPAZO. Felipe Guerrero Bojórquez.
Culiacán amaneció vestida de blanco, pero no para celebrar bodas ni bautizos, sino para exorcizar un miedo que ya se volvió rutina. Cuarenta mil, quizá 50 mil personas caminaron desde La Lomita hasta la Catedral como si se tratara de una peregrinación fúnebre. Cada globo blanco no era un adorno, era una lápida flotante; cada pancarta, un epitafio anticipado; cada consigna, un desafío contra los agresores de dentro y fuera del gobierno.
Las cifras desangran la retórica oficial: 1,709 homicidios dolosos en un año; 2,313 desaparecidos que no caben en ningún registro civil; 100 mil personas huyendo de su propia ciudad como si Culiacán fuera un campo minado. Cinco a siete asesinatos diarios, catorce a dieciocho vehículos robados al día. Matemáticas del terror: en Sinaloa la tabla de multiplicar se aprende con sangre.
Los testimonios hicieron eco entre las calles. La madre que busca a su hijo desde hace dos años, la enfermera que vio caer a los marinos afuera del Hospital Civil, los empresarios que por primera vez no hablaron de inversiones sino de renuncias. Y el obispo bendiciendo la marcha, como quien sabe que la fe ya no basta, que se necesita rabia para conjurar el silencio.
Martha Reyes Zazueta, la valiente líder empresarial que representa a COPARMEX, a nombre de las organizaciones sociales, fue enfática al exigir la renuncia del gobernador Rubén Rocha y al solicitar la urgente intervención de la presidente Claudia Sheimbaum, para detener la implacable violencia que consume a Sinaloa, particularmente a Culiacán.
El clamor se unificó en dos palabras: “¡Fuera Rocha!”. No era consigna partidista, era sentencia popular. El hartazgo se volvió hoguera y el gobernador tuvo rostro de muñeco de trapo: un monigote que ardió entre las manos de los manifestantes, como metáfora brutal de un gobierno reducido a cenizas simbólicas.
Y ahí está el contraste: mientras en Palacio de Gobierno insisten en que “no pasa nada”, en la plaza pública la gente prende fuego a la figura del mandatario. Mientras las cifras oficiales intentan maquillar, la calle exhibe la sangre y las ausencias.
El gobierno puede seguir exponiendo sus razones, afirmando o negando; puede seguir justificando sus actos; puede seguir escondiéndose en sus discursos burocráticos. Pero hay algo que ningún boletín oficial de prensa puede borrar: Culiacán ya quemó la efigie del gobernante. Y cuando un pueblo reduce a cenizas esta figura, en cartón o papel, es porque en el fondo ya lo expulsó de su conciencia.
El gobernador Rubén Rocha no necesita esperar la historia para ser juzgado. Ya fue enjuiciado en la plaza, condenado en las calles y reducido a cenizas por la multitud. Lo que arde no es un muñeco: es el epitafio político de un mandatario al que se le esfuma el gobierno por las manos, y por entre la indignación de la gente.
También la histórica marcha de este domingo 07 de septiembre, puede interpretarse como una advertencia para el Comendador: Basta de agravios contra Fuenteovejuna.