La mayor tragedia de Cruz Azul no son los 23 años sin campeonato ni su maldición salada, sino los síntomas graves del desmoronamiento de la Cooperativa.
La empresa cementera está en riesgo por un veneno al que son propensas las cooperativas. El cooperativismo, duele decirlo, es una utopía. Las bases ideológicas del cooperativismo son románticas. Deslumbra el espejismo del trabajo solidario que reta cualquier desafío. Los trabajadores al parejo y sin tregua logran cualquier hazaña. Cuando las cooperativas inician presagian éxito. El cooperativismo es la versión más cercana al socialismo posible. Pero las cooperativas están formadas por seres humanos y cada integrante tiene formas de pensar y actuar diferentes. En un sitio convergen cualidades, aspiraciones, sentimientos y necesidades diferentes, ampliamente diversos y muy posiblemente encontradas.
Ni el líder más sensato puede, al correr del tiempo, soportar el embate diario de mil voluntades. En el balance entre derechos y obligaciones de los cooperativistas de cualquier empresa, siempre prevalece un sentimiento de deuda que crece todos los días. Y al siguiente día aparece una realidad lógica y cruel: no todos son iguales, como decía la carta que fundó a la cooperativa. Igual que Cruz Azul la cooperativa de Excélsior de la que formé parte, vivió épocas de campeonato. Hacia el exterior el periódico era un modelo para presumir, pero al interior el conflicto era el pan de todos los días. La cooperativa terminó a puñetazos entre hermanos con una cauda de dolor sordo, desgarrador. Desde fuera, los acontecimientos de los últimos meses en la cooperativa revelan no solo los conflictos por manejos dudosos de la administración, sino un enorme tonel que alberga años de tensiones. Ojalá encuentren una salida digna.