Diego Armando Maradona paralizó el mundo con su muerte y convirtió su ascenso a la inmortalidad en un debate, en una dualidad de la existencia misma: la validación humana a través del balance del éxito profesional y el legado humano.
Puso sus botines en el cielo en 1986, posicionó a Nápoles en el mapa mediático y se transformó en la bandera de Argentina; está ahora en el olimpo de los “pibes” con Evita Perón, Ernesto Guevara, Carlos Gardel y Jorge Luis Borges.
La mayoría de los expertos en fútbol coinciden en que su máximo logro no es ser uno de los mayores (para muchos el mayor) exponentes de esa disciplina deportiva, sino en lo que ello representa: el joven de los barrios bajos que de patear un balón en el fango, se comió al planeta, se volvió futbolísticamente tan referencial como The Beatles a la música.
Su vida, incluyendo en el fútbol, fue caótica (su apodo de d10s está relacionado con un gol tramposo): las acusaciones de pedofilia, el machismo, o que tan solo su relación con las drogas fue una característica con la que siempre se le identificó.
Mi compañero y amigo Erik Saldaña escribió: “Imagínate morir y que te recuerden por drogadicto y pedófilo, pero no por deportista”.
Un representante de las clases populares en la élite, y ello lo convirtió en un líder de opinión, aunque él mismo expresara que no quería ser un ejemplo de vida; pero en ese nivel de éxito, tu vida no es tuya, sino de quien impactas… al menos eso dicen las costumbres.
Él lo sabía, se supo referencial y comenzó el proselitismo ideológico hacia la izquierda; presumió su cercanía con Fidel Castro y Cuba y el socialismo, y criticó a los poderosos, y defendió a los oprimidos.
Bajos estos elementos es que el mundo está dividido con lo que debe ser el legado de Maradona: el del hombre que hizo que con base en su genio físico, se volteara a ver hacia la Argentina, Sudamérica y el olvido, o el del quién, con todo el poder del mundo en su mano, o en sus pies, no pudo lo cambiar para bien sino que, al contrario, se dejó llevar por sus demonios.
En Argentina le perdonaron todo, en el fútbol también; pero en lo social es imposible.
¿Quiénes somos, hasta dónde nos debemos a nosotros mismos, o a quién impactamos?
Cantaba mi Silvio: “Yo no sé lo que es el destino, caminando fui lo que fui, allá Dios que será divino, yo me muero como viví”. _