Mictlán


Los muertos vivos se comerán nuestras ofrendas? El olor a copal se esparce en el camino, el diablo con su roja máscara enseña su lengua, golpea con su fuete de ixtle el suelo, zas, zas, zas, espanta a los niños que corren a esconderse tras las faldas de su madre.

Los huehues, con sus pies marchitos, un trago de curado y entonando un gallito van llegando, el violín suena sus cuerdas dulcemente, la jarana se acompasa con la quinta. Tradiciones que se conservan como una muestra tangible de los festejos del día de los difuntos. Indiscutiblemente hay una fusión de costumbres híbridas en las celebraciones actuales. ¿Existen fronteras para las tradiciones?

De generación en generación las voces pueblan la imaginación y llegan a la palabra escrita como del canto rodado a las veredas de arcilla, la semilla a la flor, los versos al poema.

Los cantares, las crónicas, las pinturas, los códices resguardan, los ritos, las leyendas, las ceremonias que explican la cosmovisión de los pueblos originarios. Los antiguos mexicanos que no morían en guerras, ni en sacrificios, llegaban al Mictlán: el lugar de los muertos.

Quetzalcóatl fue a esa región en busca de “los huesos preciosos”, que servirán para la formación de los hombres. Aquí en la huasteca aún se habla de nahuales, tepas, fuego de brujas, en un ambiente mágico que envuelve lo cotidiano. Escuchar a la historiadora María Luisa Herrera Casasús, las narraciones, recuperadas de sus largas jornadas por las veredas huastecas,sus hallazgos en los archivos parroquiales, hace querer vivir esas experiencias. Su “Libro Entorno Mágico de la Huasteca” fue premio Andrés Henestrosa.

De esas historias, hay una, de un hombre que no respetó el día de difuntos; era muy trabajador, no deseaba perder el tiempo, ni el dinero en la celebración, y se fue a su parcela a labrar la tierra, para mejorar su cosecha.

En eso estaba cuando escucho, una voz que le decía: “hijo, hijito”; él siguió en su labor, pensaba que la imaginación lo envolvía. De repente no era una sola voz, sino varias que le hablaban por su nombre: “Santos Apolonio, hijo, hijito, tengo hambre, quiero comer unos tamales (kuatsam)”.

Comprendió que eran las voces de sus padres y familiares difuntos, que clamaban las ofrendas que les había negado. Regresó a su casa a realizar el altar para recibir a sus muertos y fue demasiado tarde, había cumplido con sus familiares pero no fue a tiempo y se lo llevaron con ellos, por eso en la huasteca es una obligación prepararse con flores, comida, tequila, cigarros para celebrar con ellos su día.

Haga un pequeño altar y medite en la riqueza de nuestra cultura, no vaya a ser que nos pase igual que a Santos Apolonio. Feliz Día de Muertos. Carpe diem. Lo. _



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