
*Nina Farvarshchuk, el arte del violín hecho vida*
Mazatlán, Sinaloa, 13 de agosto de 2025.- En el mundo de la música hay intérpretes que no solo ejecutan su instrumento, sino que lo transforman en una extensión de su alma. Tal es el caso de Nina Farvarshchuk, violinista nacida en Odessa, Ucrania, cuya trayectoria es un testimonio de dedicación, versatilidad y profunda sensibilidad artística.
Desde que a los cinco años su madre, también violinista, la llevó a la escuela de música, Nina no dejó de cultivar una conexión única con el violín. Su formación temprana estuvo marcada por maestros de excelencia y una disciplina férrea que, lejos de limitarla, le permitió desplegar una musicalidad vibrante y un dominio técnico impecable. A los diez años, ya se presentaba como solista con la Orquesta Filarmónica de Odessa, dejando entrever un futuro brillante.
Su versatilidad como intérprete ha sido una constante. Lo mismo ha deslumbrado en escenarios europeos interpretando a Bach, Sarasate o Mozart, que en América Latina abordando repertorios cargados de pasión y dramatismo. Ha tocado como concertino, solista y miembro de agrupaciones de cámara, adaptándose a diferentes formatos y estilos con la misma entrega y refinamiento sonoro.
La carrera de Nina se ha tejido entre recitales, giras internacionales, colaboraciones con grandes orquestas y encuentros con maestros de prestigio mundial. Su capacidad para transmitir emociones convierte cada interpretación en una experiencia única, su arco canta, suspira, grita y acaricia con la misma intensidad con que vive la música.
No es solo su técnica impecable lo que cautiva, sino su compromiso con la formación de nuevas generaciones. Como profesora en el Centro Municipal de las Artes de Mazatlán, inspira a jóvenes violinistas a soñar en grande, compartiendo con ellos no solo conocimientos técnicos, sino también la convicción de que el arte puede transformar vidas.
Hoy, tras décadas de escenarios y ovaciones, confiesa que su reto en cada concierto es no dejar “ni una sola nota en vacío”. Esa entrega se sostiene sobre una técnica perfecta, pues —como dice ella— “solo la técnica perfecta nos permite crear la nota que imaginamos y que nuestras manos pueden cumplir”.
Para Nina, interpretar una obra no es un acto mecánico, es una reconstrucción emocional que empieza por comprender profundamente lo que el compositor dejó como legado. Con esa base, y valiéndose de las infinitas posibilidades expresivas del violín, abre su alma para que el público reciba el mensaje en toda su intensidad. “Un artista de verdad debe ser honesto —afirma—, porque cada concierto es desnudar el alma y el corazón”.
Su versatilidad es tan amplia como el repertorio que domina, de Bach a la música contemporánea, pasando por Mozart, Sarasate y Khachaturyan. Sin embargo, advierte que la música actual no puede interpretarse con verdad si no se comprende y domina la tradición de siglos anteriores. La historia, la técnica y la armonía de cada época son, para ella, el cimiento de la interpretación.
Entre las experiencias que marcaron su vida, recuerda con emoción el día en que, con apenas 20 años, interpretó el concierto de Tchaikovsky para el legendario violinista Nicolás Chumachenko en Alemania. “Ese día sentí que Dios estaba conmigo… y él me dijo: «Tú tienes mucho que decir en tu instrumento’. Ese fue el mejor premio de todos”.
Hoy, además de su carrera como intérprete, Nina se dedica con la misma pasión a la enseñanza. Desde Mazatlán ha formado a generaciones de violinistas sinaloenses que, gracias a su guía, han encontrado su lugar en el mundo musical.
“Para mí vale oro —confiesa— que después de tantos años mis exalumnos aún me busquen para pedirme un consejo. Eso significa que fui alguien importante en su formación y que me tienen confianza”, expresa con emoción.
Nina Farvarshchuk es, en esencia, una artista integral, es maestra en el Centro Municipal de las Artes, intérprete e integrante de la Camerata Mazatlán del Instituto de Cultura, Turismo y Arte de Mazatlán.
Su violín no es un simple instrumento, sino la voz con la que cuenta historias, enciende emociones y deja huella en quienes la escuchan. En cada nota, Nina nos recuerda que el verdadero arte no conoce fronteras, y que la música, en manos de quien la ama, puede ser infinita, una creadora de emociones y una sembradora de futuros musicales.
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