Desde mediados del presente año de 2020, hacer planes resulta riesgoso por la incertidumbre en que vive la sociedad mexicana. Quien los haga, o resulta muy optimista, o quiere hacer un broma a los oráculos de Delfos.
Ahora surge como referencia la filosofía de Oriente que demanda no perder el tiempo en planear sino concentrarse en el presente, en la realidad.
Tiene sentido –excepto para los expertos en planeación como los que pasan por las organizaciones grandes, aferrados a sus logaritmos- pero tal y como se ha estado viviendo debilita el sentido de la prevención. Incertidumbre y vulnerabilidad son los fantasmas a combatir con pocas probabilidades de salir avante.
Quienes han estado trabajando en el servicio público o privado observan que los desajustes son profundos: el desempleo alcanza cifras inéditas, hubo que cambiar los procesos económicos, las cadenas de distribución, recurrir a las reuniones a distancia con las limitantes que ello acarrea. Disminuir el número de personas en los centros de trabajo, reducir sus horarios y, con ello, sus ingresos y aplicar con rigor el retiro/despido de aquellos que en algunos casos presentaron síntomas de estar infectados.
Todo esto detendrá los planes en millones de personas a lo largo de todo el mundo. Adiós visitas, viajes y excursiones recreativas. El turismo, en el más bajo nivel que no puede atraer clientes pese a sus esfuerzos publicitarios.
El empresario ahora planea cómo reducir su negocio o cerrarlo (la planeación al revés). La deseada convivencia familiar que a veces solo se puede dar una o dos veces al año. Los eventos culturales nacionales o internacionales, actualmente reducidos a una pequeña pantalla, sin calor ni color; los hijos tomando sus cursos en la televisión, uno o ambos padres sin empleo, o también trabajando a distancia.
¿En esto se planeó o no se tuvieron en cuenta el plan “B” y “C”? La planeación está en bancarrota. _