Y ella lo mira mirando a las demás chicas, las que pasan frente a la banca que ambos ocupan en uno de los pasillos de la Alameda Central, en la Ciudad de México que amaneció muy fría y de pilón con viento que cala sabrosito en los huesitos.
—Qué bueno que ambos venimos muy abrigados. Hay que cuidarse de una gripa, de un resfriado: con esto de la pandemia del coronavirus la cosa puede complicarse y quién quiere problemas —dice él.
—A estas alturas en que los contagiados ya son nuestros vecinos, nuestros familiares, entonces si ya vamos creyendo que la cosa va en serio, que hay que tomar la sana distancia y de preferencia resguardarse en casa. ¿Decías que el virus no existía? ¿Ya te convenciste?
—Pues sí, no hay que arriesgarse; la seguridad social no da para todos, cuantimenos para echarme en manos del médico particular, que se deja pedir cerca de los mil pesillos por la consulta en un barrio popular, más los medicamentos que haya que adquirir, y pues: mejor que tu dinerito que se invierta en malas costumbres, como esa de comer a determinada hora y tres veces al día, haga falta o no. ¿Comemos?
—Ya te vi, cusco: respeta… —dice ella, muy molesta.
—¿Y ahora qué hice? —dice él, sorprendido.
—¿Qué hice? —remeda ella—. Nada, nada más que con la mirada te trajiste las pantaletas de la morra. Eres un puerco. ¿Que harías si alguien me mirara tan puercamente como lo hiciste con la chavala?
—Digo: la mirada es muy natural. Si algo se le pone enfrente, mira, escudriña, lo hace con atención pero con respeto. Pues no es cosa prohibida. Solo tú me tratas como si fuera un puerco libidinoso de atar.
—Es que lo eres. No me respetas: estás conmigo, a mi lado. ¿Qué andas juzgando otros traseros, sin respeto para mí? Ni para el bato que va con ella. Ojalá te viera sobándole las nalgas con la mirada a su pareja y regresara a romperte el hocicote, por puerco patriarcal…
—Para nada. Sé respetar. Guardar la sana distancia. No hacerle a otros lo que no me gustaría para mí. Cálmala, te equivocas conmigo.
—¡Cómo si no te conociera! Siempre me has hecho menos. Sentías que no te merezco, que no valgo para ti lo que tú valías para mí. Cada vez lo disimulas menos.
—Alucinas. Desperdicias el escaso amor en celos. No están los tiempos para eso. Mejor el amor y no a la guerra, dijo el Preciso.
—Cínico, nunca dejarás de serlo.
—Es mejor que hipócrita, creo yo.
—Tú y tus creencias llevaron esto a la pudrición.
—Para eso se necesitaron dos.
—Tú, para esto, vales por dos. O más.
—No te apasiones. ¿Desamor es igual a odio?
—Solo cuando te veo.
—¿Quieres una paleta?
—Me basta con el hielo de mi presencia ante ti.
—Amaneciste ruda. Eso no es bueno para la salud.
—No verte es un alivio. Es hora que lo entiendas. No me busques. No molestes. Evapórate. Ya no existes. Vete yendo, pero así: rapidito y de puntitas. Ya no estás en mis redes sociales. Se acabó. Y si no lo haces, llamo a la policía para que dejes de acosarme. Te he pedido de mil modos que ni te me acerques y te vale. ¡Policía, policía!
—Ok, ok. Cuídate mucho y no hagas berrinche… ¡Ya me fui!
* Escritor. Cronista de Neza