Sofía Viola: espontáneo torrente musical


Lo de Sofía Viola es compulsivo. Sus canciones brincan de su imaginación desbordada a cualquier hora del día. Hay en ella una suerte de motor interno que derrocha melodías y letras con total naturalidad, canciones que de inmediato cautivan por su fuerza expresiva y su belleza artesanal. En otras palabras, no requiere de permisos ni de estudios de grabación para continuar alimentando un cancionero que hoy es abundante no sólo en piezas sino también en sonoridades. No le gusta el rock, me ha dicho, pero no puede negarse que en ella hay algo de la urgencia que dicho estilo musical ha demostrado en su ya largo recorrido por calles y urbes. Aunque, digámoslo con corrección, a Sofía le apasiona la expresión más ligada al folclor popular y por ello el aire de sus canciones opta por los acentos acústicos, esos que brotan de alguien que evoca a los juglares del medioevo, que hacían canción para hechizar a los transeúntes de una camino vecinal.

En días recientes, esta argentina de madre chilena y padre trompetista, con conexiones por ende hacia distintas tradiciones musicales, ha emprendido, movida por esa compulsión nómada que la arrastra a capricho, una serie de colaboraciones que ha dado a conocer en dosis de una por mes. Pero antes demos contexto: Después de tres discos (Parmi de 2009, Munanakunanchej en el camino kurmi de 2010 y Júbilo de 2013 Sofía produjo el que álbum que coincidió con su internacionalización, ese estupendo racimo de canciones, La huella en el cemento (2018) que nos demostró el crecimiento que le fueron dando sus años de trashumar y hacer canción.

2020

Pero si algo ha marcado la obra reciente de Viola es la colaboración. En 2016 trabajó en complicidad con su paisana Barbarita Palacios en el proyecto Las Huevas son Éstas, que dio a luz un álbum. También, de años a la fecha y de forma intermitente, ha dejado canciones en el camino —casi todas en videoclips— con el trío Ikanusi, en sociedad con las chilenas Camila Vaccaro y Carmen Lienqueo. En 2019 participó del recopilatorio El camino de Leda (Un tributo a Leda Valladares) con “Sobre las flores”, producida junto a King Coya. Pero ha sido a lo largo de 2020 donde Viola ha desnudado su vocación viajera en canciones que ha hecho al alimón con compositores y cantantes de distintas nacionalidades. Allí están, eslabonadas una tras otra, en lanzamientos que arrancan a comienzo del año de la pandemia: “Todo el amor” con las también argentinas Perotá Chingo; “La marcha del 1 de mayo” y “Amor sideral”, ambas con el colombiano Edson Velandia; “Enredando hilos” con el mexicano El David Aguilar; “Caballero de la noche” con el venezolano Augusto Bracho; “No tengo na” con su paisana Loli Molina, así como “Vete” y “Te santifico” —la última que dio a conocer— con los grupos santiaguinos Juana Fé y La Plaza del Puma respectivamente. Una muestra inequívoca del placer que Sofía Viola consigue al estar creando en compañía, ritual al que ha dedicado este año, uno en el que la cuarentena ha obligado a muchos a estar en soledad paradójicamente. Bien afirmó hace unos días el periodista argentino Humphrey Inzillo, en un texto publicado en el diario La Nación, en el que nos revela una faceta poco conocida de Viola, la de dotada bordadora, que ella es: “una de las cantantes y compositoras más importantes y prolíficas de la última década…” Razón total.



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