Hace cuatro años cuando Trump ganó las elecciones se auguraban grandes cambios en la política fronteriza y migratoria de Estados Unidos. Durante su campaña insistió en la construcción del muro en la frontera con México, que puso en marcha de inmediato al tomar posesión del cargo. Al concluir su administración, y haciendo balance, no hay duda que ha avanzado, pero no tanto como él deseaba. Ahora con la victoria de Biden pasa al revés: se auguran grandes cambios, pero de signo opuesto. Aunque todavía hay muchas incógnitas, varias autoridades locales y organizaciones civiles de los condados fronterizos le piden detener los planes de expansión del muro; incluso, de revertir su construcción. Ya veremos.
Mientras tanto, esta semana el Centre Delàs, un centro de investigación de Barcelona, Cataluña, especializado en el “análisis de paz, seguridad, defensa y armamentismo”, ha publicado su más reciente informe. Lo traigo a colación porque este informe, disponible en cuatro lenguas (catalán, español, inglés y neerlandés), está dedicado al creciente amurallamiento en el mundo, aportando una radiografía precisa de este fenómeno (busquen “Mundo amurallado. Hacia el apartheid global”). Me gustaría resumir y comentar algunas de sus principales conclusiones.
El primer dato relevante es que desde 1989 ha habido un aumento constante de muros en todo el mundo, que en 2018 sumaban ya 63. Lo irónico de esta tendencia es que después de la caída del muro de Berlín se llegó a soñar un mundo (neoliberal) sin fronteras. La realidad, por el contrario, ha sido muy distinta, como descubrió México a principios de los años noventa cuando Estados Unidos empezó a construir su muro frente a Tijuana.
De esos 63, más de la mitad se hallan en fronteras asiáticas (India con Pakistán, Myanmar con Bangladesh, Israel con Palestina, China con Corea del Norte, etcétera) y una cuarta parte en Europa (Hungría con Serbia, Bulgaria con Turquía, etcétera). En cambio el informe viene a reafirmar que el estadunidense es el único en el continente americano. Lo destaco porque en ocasiones se ha informado sobre inexistentes muros en América Latina, como los supuestos de Ecuador con Perú y de México con Guatemala. En el caso mexicano, ya fuera por ignorancia o, peor, deliberadamente, se quiso confundir con un muro una barda hecha con palos y alambre en una propiedad ejidal adyacente al límite fronterizo.
Además de una distribución geográfica desigual, también lo es temporalmente. En este periodo de 30 años se han producido dos oleadas notables, una a partir de 2005 y otra de 2015. Ante este contexto internacional no parece casualidad que los dos principales impulsos estadunidenses se dieran en 2006 con Bush y en 2016 con Trump. De hecho, solo en 2015 se construyeron 14 de los 63, la mayoría vinculados a dos procesos interrelacionados: el terrorismo islamista en Oriente Medio y en el Magreb, y la crisis de los refugiados en Europa, huyendo de las guerras y el terrorismo.
Precisamente la migración y el terrorismo son los dos principales motivos argüidos por los gobiernos para erigir muros. Otros argumentos han sido el narcotráfico y el contrabando en general, y en mucha menor medida las disputas territoriales y las invasiones militares y paramilitares. Lo que tienen en común todos es el temor al exterior, a lo foráneo, y que ponen de manifiesto que los estados no buscan solucionar la raíz del problema: las extremas desigualdades económicas y sociales a nivel global.
Como también destaca el informe, los muros no son la única estrategia para mantener alejados a los migrantes. En esta dirección se analizan dos casos particularmente ilustrativos: Australia y México. El primero, que utiliza el mar como barrera natural, ha desplegado una gran cantidad de barcos patrulleros y de aviones para la detección y detención de migrantes. La frontera de México con Guatemala, por su parte, sirve para ilustrar la externalización fronteriza en terceros estados, en este caso con el fin de detener la migración centroamericana con destino a Estados Unidos. En los últimos años, a través del programa Frontera Sur, se ha configurado una extensa infraestructura de seguridad con equipos y fondos estadunidenses en Chiapas, Tabasco y demás estados sureños. Una de sus consecuencias ha sido empujar a los migrantes a seguir rutas más peligrosas y en manos del crimen organizado.
Por último, si bien muchos muros son obra de empresas de construcción locales y de organismos gubernamentales (como el ejército), el informe también detecta la creciente participación de constructoras de nivel global, así como de empresas tecnológicas y de seguridad privada, lo que consolida cada vez más el llamado “complejo industrial fronterizo”. Sin duda, la frontera se ha convertido en un negocio muy lucrativo, que refuerza y se beneficia de la narrativa, según la cual la migración es un problema de seguridad nacional, no humanitario.
Xavier Oliveras González
El Colegio de la Frontera Norte, sede Matamoro