Una oposición histérica


A falta de una verdadera representatividad, la oposición ha hecho de Twitter —con su beneplácito—su trinchera ideológica. Traslapan la misma mezquindad y el impudor con el que gobernaron al único espacio en el que sus voces pueden parecer imperantes, en medio del rotundo rechazo que el pueblo mexicano les expresó masivamente en las urnas.

Creen representar el descontento de una gran mayoría que solo existe en sus añoranzas y que refuerzan con tendencias beligerantes. Como si se tratara de una guerra, si desaparece el oponente, termina el conflicto; López Obrador como la causa de todos sus males, y su desaparición como la victoria.

No se sienten representados por su gobierno y ponen en el centro de sus reivindicaciones el descontento social, según ellos, provocado por el presidente. Una oposición pequeña, desestructurada, racista, estridente, que ignora que fue precisamente ese rechazo contra los pactos de élite que representan, el que llevó al presidente al poder, y no al revés.

Su histeria justifica hablar de justicia divina para explicar el contagio del presidente de México, pero les impide reconocer que los rumores de su vacunación contra la COVID-19 eran falsos; que actuó en consecuencia con la palabra que predica; que se mantuvo activo en sus labores como la gran mayoría de mexicanos y mexicanas que no tuvieron otra opción; que no es el primer mandatario contagiado en el ejercicio del poder.

Pareciera que la ausencia de López Obrador podría ponerle fin a la pandemia, o que con su vida repararía la de otras perdidas. En ningún escenario, incluso dejando de lado la ética, le convendría a México la inestabilidad política, económica y social que traería un escenario fatídico como el que la oposición histérica añora en la República Independiente de Twitter.

Ningún gobierno en el mundo ha salido bien librado; a países como Alemania y Francia les han llovido las críticas por sus caóticos y lentos planes de vacunación. Ello no significa que el gobierno de México no tome responsabilidad por los resultados del manejo de la pandemia, pero no puede ser la vida del presidente el castigo para quienes consideran que ha sido erróneo.

La conversación pública está rota y no hay posibilidad de diálogo. Nadie se hace responsable de sus palabras, respaldados en una red que, sin reglas claras, comulga con restricciones impuestas a conveniencia y dedo. Alcanzamos niveles impúdicos para confrontar y expresar nuestras posturas dizque ideológicas, mientras Twitter cree apaciguar su campo de guerra con comunicados.

Por el bien de todo México, hasta de esa oposición trastornada y convulsa, una pronta recuperación para el presidente.



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