Pocos, pero sectarios. Los que terminando una peli se quedan a leer los créditos, sobre todos los últimos. Y es que se requiere un cierto grado de obsesión compulsiva, algo de curiosidad y otro tanto de amor por la música para aguantar las miradas de asombro de los parroquianos en una sala de cine y de incomodidad de los empleados a los que les urge que la raza se vaya a echar pulgas a otro lado para empezar a limpiar la sala, esperando que aparezcan los nombres de las canciones en la gran pantalla.
Me imagino que así sigue siendo, incluso en tiempos pandémicos donde las salas tienen aforo restringido y los cinéfilos melómanos se resisten a perder valiosos instantes de atención de la trama, picándole al Shazam para saber el nombre de alguna canción. En lo doméstico, la ventaja de tener a tiro de control remoto los créditos de las cintas es que uno puede adelantar el proceso y ahorrarse información que puede interesar solo a los iniciados o a las familias de los miembros del staff de producción.
El “shazamazo” y el “Nesflis” o la plataforma en turno han llegado para hacer la vida más fácil. Ya no hay que acudir a la vieja confiable de escribir algún verso de la canción en un buscador para saber cuál es título, o apelar a la memoria auditiva para adivinar algún signo a partir de la melodía o el timbre del cantante. El problema es cuando la música suena en la radio y uno va rápido y furioso manejando el auto.
Muchos dirán que para eso está el “espotifai”, que la lista la arma uno o se crea a partir de los gustos (o disgustos) que se tengan o bien de la selección del sistema. Pero entonces uno se pierde, además de la magia de lo imprevisible, del reto de escuchar a ciegas y saber de qué va el asunto. Entiendo que casi a nadie interesa quebrarse la chompa teniendo a la mano un arsenal de recursos tecnológicos, pero creo que además de estimulante, el ejercicio podría ser de mucha ayuda para poner a trabajar la mente.
Hace años un compañero de la radio llegó con una peculiar pregunta: “Oye, Charlie, ¿sabes cómo se llama aquella rola que iba así: Ta-ta-ta-ta-ta-ta-ta-ta”. Naturalmente puse cara de circunstancia y luego retorcí mis gestos todo cuanto pude para tratar de ubicar la tonadita. Y ante la ausencia de respuesta, hubo que incluir a otros sospechosos comunes que pudieran dar luz al acertijo. Al final se sugirió que podía tratarse de Herb Albert y su Tijuana Brass. El resto fue pan comido, Spanish flea era el nombre en cuestión.
Supongo que ese es el siguiente objetivo de algunas aplicaciones. La capacidad de traducir balbuceos, tarareadas o hasta silbidos para identificar canciones. Lo cual sin duda hará todo más sencillo, aunque nos perderemos la aventura de andar el trayecto por sonoridades desconocidas. (Favor de leer el final a ritmo de: “Ta-ta-ta-ta-ta-ta-ta-ta”).
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