La noticia se propaló casi al amanecer del día y al inicio de una nueva semana. El siempre activo y enjundioso Enrique Dau Flores fue sorprendido por la muerte súbita, que siempre está al acecho, precisamente al disponerse a una jornada más del trabajo, mismo que nunca dejó ni por asomo, aún con reuniones virtuales por la pandemia, y seguía vertiendo conocimientos, experiencia, inspiración y un inalterable buen estado de ánimo que motivaba a otros para que continuaran en sus tareas y empeños. Difícil encontrar figuras, sobre todo en las áreas que dominó, sirvieran de parangón con él, sobre todo cuando ya cubiertas más de ocho décadas de vida, fue siempre actuante, siempre productivo, siempre en servicio.
Fue ingeniero y no por pleonasmo también ingenioso. Se las arregló para sobrellevar su profesión con numerosas actividades que iban del fortalecimiento gremial -fundador y promotor permanente del Colegio de Ingenieros de Jalisco-, a la empresa y a la función pública que le llevó a cargos de relevancia como el manejo de la obra pública estatal y del agua, emprendiendo acciones como la línea dos del tren ligero tapatío que requirió abrir de tajo las avenidas Juárez y Javier Mina y otras que luego de muchas controversias y cancelaciones, tendían a resolver el abasto de líquido a la capital jalisciense principalmente con las aguas del río Verde.
Gozó de la confianza de varios gobernadores y, pese a su priismo genuino, la tuvo incluso con regímenes de otros partidos. También incursionó en política ya que no ocultaba el deseo de ser alguna vez prospecto al gobierno de la entidad. Subió el peldaño requerido al ganar una elección para ser alcalde Guadalajara, puesto que ejerció de manera casi efímera ya que tras las explosiones del sector Reforma, fue inculpado, principalmente por el presidente Salinas, que más que nada quería responsables expiatorios. Pasó ocho meses en prisión por tal motivo hasta su exoneración, pero, aún ahí, no dejó de hacer algo importante; logró la liberación de casi doscientos presos que, según él decía, estaban por pobres y no por delincuentes. Al paso del tiempo hizo otro intento para recuperar la alcaldía que se le había negado, pero, esa vez, le tocó perder, aunque no dejó de cumplir cabalmente como regidor.
Sería prolijo hablar de lo que después realizó al frente de diversos patronatos de corte educativo y de desarrollo profesional. Siguió impulsando a los ingenieros colegiados, construyó su edificio actual y su efigie se encuentra a la entrada misma de su auditorio. Pensamos que, como reconocimiento a sus valores en el campo de su especialidad, esa efigie efectivamente merece pasar a ocupar sitio público entre otros grandes ingenieros de Jalisco, en la glorieta que les rinde homenaje en la avenida de los Maestros.
Difícil exponer siquiera una síntesis de lo que don Enrique hizo en el campo social. Entre otros múltiples quehaceres recientes, fue presidente del patronato del Instituto Tecnológico estatal “Mario Molina” (que por coincidencia falleció también en esos días) y también como representante siempre destacado de la comunidad libanesa que tantos perfiles benéficos ha dejado a nuestra entidad y al país.
La verdad no se trata de un simple elogio a la labor de un personaje una vez fallecido. Nada de eso. El ingeniero Dau, como todo mundo lo conocía y muchos lo llamaban, así simplemente, pero con respeto y afecto, fue como todos los hombres que aceptan retos, no exento de momentos difíciles y de controversias, pero en su balance de vida, es imposible negar ni pasar por alto que, en las tres letras de su breve apellido, será recordado por generaciones porque, sin duda, fue de los que nacieron y vivieron para dejar huella.
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