He vuelto

He vuelto

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Querido lector, aunque usted seguramente ni cuenta se dio de la ausencia de ésta columna, permítame informarle que su jericayero servidor regresa a escribir para usted después de un par de meses. Le informo también que la razón de este alejamiento tiene que ver con temas literarios, los cuales, pronto tendré el gusto de presumirle, asumiendo de ante mano la probabilidad de que a usted, ese asunto, le valga un soberano cacahuate.

Pues bien, y retomando el hilo de las cosas, se supone que estas líneas deben de tratar el devenir cultural de esta noble y leal ciudad, pero usted ya lo sabe: “la pandemia” ha trastocado el camino de ese imparable tren del arte y la cultura, sí, ese tren que recorría día con día, cada rincón de la Perla Tapatía (por favor, léase lo anterior con ironía).

Y entonces, como no hay mucho que hablar del tema, buscaré, con su apreciable ayuda, algún asunto que tratar y que de paso me sirva para desempolvarme y reintegrarme al ajetreado “timing” columnista.

Para entrar de nuevo en la vorágine del chisme y la intriga, tenemos, primero, que generar ruido y polémica; entonces, ¿qué les parece si echamos el chal sobre las estaciones de la línea tres en el centro de la ciudad? de las cuales, por cierto, no tengo la menor idea de cómo se construyeron ni de cómo va el asunto; no sé si los responsables recularon y harán otras estaciones más “Ad hoc” con el entorno, o si les valió “mais” y las dejarán ahí hasta que la fuerza de la costumbre las absorba al paisaje.

La neta es que solo sé que no sé nada del tema; pero en esto de las columnas el chiste meter la cuchara donde no nos llaman, y sobre todo, el chiste es caer gordo, así que daré mi personalísima opinión: las estructuras de entrada y salida de las estaciones del tren no son feas, son feísimas; son la burda imitación a una burda caja de zapatos con burdas ranuras para que entre la burda luz solar. Me recordaron a aquellas cajas donde los niños trasportan algún animalito al laboratorio de su escuela. No quiero ni imaginármelas, con el olor a orines, cuando esas estructuras se vuelvan monumentos cotidianos a la ignominia.

Pero tampoco me haga mucho caso, “que yo no sé del hilo, Mariquita es la que teje”. Mi opinión es solo la opinión de un transeúnte que le chocan esos armatostes que irrumpen, tan violentamente, con el armónico entorno que protagonizan los barrocos y coloniales anuncios de “Milano y Elektra”, los cuales, por cierto, deberían ser propuestos a Patrimonio de la Humanidad.

Por lo tanto, propongo, porque en una columna hay que proponer y no solo criticar, propongo: que si no se modifican las entradas al tren ligero, entonces que modifiquen esos antiquísimos rótulos comerciales que embellecen nuestro centro histórico, digo, con el ánimo de que todo se vea bien chicles y de primer mundo.

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