La pedagogía del beato Anacleto González Flores, comentábamos en el artículo precedente, se centraba en la obra que el joven en proceso de formación tenía que emprender sobre sí mismo, más que en las responsabilidades del maestro, porque el joven es el forjador de su propia personalidad. Habíamos mencionado también que el primer consejo que daba a los jóvenes consistía en encontrar un maestro que le ofreciera, ante todo con su ejemplo, una guía para la vida y después les hacía ver la importancia de los libros.
Otra “herramienta” que nuestro autor propone a los jóvenes para forjarse es la meditación, que consideraba uno de los medios más eficaces para la formación de la personalidad. Lo explicaba diciendo que toda palabra que decimos obra sobre los demás; pero también obra sobre nosotros mismos. Las palabras que todos los días nos decimos a nosotros mismos o le decimos a los demás se vuelven sobre nosotros. Si no solamente nos limitamos a decir nuestra palabra sino que “nos re-concentramos para ponernos delante de nosotros mismos y en presencia de ciertas verdades centrales (…) se realizará en nosotros una transformación profunda que nos hará ir en el mismo sentido de los pensamientos y de las verdades que se hayan delante de nosotros”.
Para Anacleto la meditación produce un movimiento, es como el punto de arranque de los proyectos de una persona bien formada. Gracias a la meditación la voluntad encuentra una dirección y de ese modo se mantiene en su rumbo a pesar de que haya circunstancias cambiantes. Así, confiar en el poder transformador de las palabras es una herramienta importantísima en la propia formación; pero nótese que habla de las propias palabras, lo que significa que en la meditación son las verdades que el joven ha asimilado y hecho propias las que le permiten crecer y formarse.
La amistad es la siguiente “herramienta” con la que cuenta el joven en su formación. Al hablar de amistad se habla de una dádiva recíproca, explica el beato, de modo que al dar el joven fortalece a los demás y al recibir se fortalece su personalidad. Según él, muchos de los rasgos personales, a veces insospechados, son determinados por la amistad.
La amistad une la suerte de los amigos y supone un contacto de corazón a corazón; pero con los amigos, como con los libros, el secreto está en saber escogerlos. Así cuando se logra encontrar un amigo se ha encontrado un “manantial fecundo de aliento y vitalidad”.
Queda todavía mencionar otras dos “herramientas”: el sacrificio y la acción, a las que dedicaremos, Dios mediante, unas palabras la próxima vez. Aprovechemos mientras para meditar sobre las que hemos mencionado.