Louise Glück o el triunfo del superviviente

Louise Glück o el triunfo del superviviente

[ad_1]

Los poemas de Louise Glück suelen comenzar en la intimidad: no hay escenario de por medio, ni “el lector es transportado hacia un lugar interior” (como dice Elizabeth Bishop). En cambio, una voz se dirige precisamente a ti desde algún sitio cercano. Tal como si irrumpieras, por ejemplo, en mitad de una discusión. El tono es desapegado, frecuentemente gruñón, siempre austero. (A lo largo del tiempo y a través de sus libros), su obra se lee como un diario, aunque destilado y refinado hasta su esencia. Un poema de Glück está decidido a arrancarle significado a las circunstancias, a forzar un patrón sobre el caos de una vida en curso. (Ella escribe, en su introducción a The Best American Poetry 1993: “los poemas son autobiografía, pero despojada de las trampas de la cronología y el comentario, de la alternancia metonímica de la anécdota y su correspondiente respuesta escrita”.)

Nacida en 1943, criada en Long Island, Glück publicó su primera colección, Firstborn, en 1968. Estuvo claro desde el inicio que el impulso que la animaba era el resentimiento, definido útilmente por Nietzsche como la manera en que el ego crea un enemigo para despojarse de la culpa. El amor es el mejor sitio para manifestar esta situación (quizá por eso Glück es la mejor poeta de la discordia marital en la tradición norteamericana) pero también explora la manera en que el resentimiento se manifiesta en las relaciones laborales, familiares, con Dios y con todo lo demás. Su comentario sobre William Carlos Williams está alentado por una pequeña observación al respecto: “Se tomó las cosas personalmente: esta fue la gloria de su obra; también fue, a veces, una limitación de su carácter”.

Ya desde el título Firstborn, Glück anuncia una obsesión por el rango, la posición y los lazos dentro de una familia, con implicaciones bíblicas o míticas en cuanto a derechos y maldiciones. Hay mucho que admirar en su lenguaje pesado y su sintaxis desafiante. Reproduzco íntegro el poema “Hesitate to Call”:

   Viví para verte tirado

   A mi lado. Tras luchar

   Como pez en la red que soy. Te vi palpitar

   En mis jugos. Te vi dormir. Y viví para ver

   Cómo todo aquello que tiré

   a la basura. ¿Finiquitado?

   Vive en mí.

   Tú vives en mí. Maligno.

   Amor, alguna vez me has querido, ¿o no?

***

Glück ha declarado que su necesidad de escribir es consecuencia de haber crecido en una familia que ejercitaba la conversación: ella quería terminar sus propias frases. Se sentía silenciada y constreñida. El dominio masculino abunda en sus poemas: el beso de su abuelo a su abuela, “claramente tierno”, “bien podría haber sido/ la mano de él sobre la boca de ella”. (El bloqueo masculino en el habla femenina se repite en “The Reproach”: “Siento/ carne real sobre mí/ con la intención de silenciarme”. En “Mock Orange”, quizás su pieza más socorrida por las antologías, escribe: “Los odio a ellos tal como odio el sexo,/ la boca del hombre/ sellando mi boca, el hombre/ y su cuerpo paralizante”.)

Tras padecer anorexia durante la adolescencia, en un intento por reclamar “la propiedad de su cuerpo”, Glück se sometió a psicoanálisis durante siete años, y al respecto ha declarado que eso “le enseñó a pensar”.

Aunque los poemas de Glück son introspectivos y atemporales, sus diatribas son tan omnipresentes que es imposible no leer su obra como una crítica de la sociedad, y de los ataques de ésta contra el individuo, particularmente contra las mujeres. El personaje poético enfrenta las restricciones y expectativas de las hermanas, de las hijas, de las esposas, en lucha contra la máquina patriarcal dominante. En esta guerra, la posición de Glück es radical, seria, incansable: pugna por la verdad y la disrupción, por romper el flujo continuo e inercial de un mundo organizado en forma patriarcal.

***

En 1990, Glück publicó Ararat, que aborda directamente la muerte de su padre y las relaciones familiares. En otro texto, un ensayo titulado “Death and Absence”, Glück explica la herida que da forma al trauma de Ararat: “Siempre he estado, de una forma u otra, obsesionada con las hermanas, tanto las muertas como las vivas. La hermana muerta dejó de existir antes de que yo naciera. No experimenté su muerte, sino su ausencia. Su muerte me permitió nacer. Me vi a mí misma como su sustituto, lo que creó en mí una obligación profunda para con mi madre y un deseo frenético de remediar todas sus angustias. Me lo tomaba todo como algo personal: cada sombra que cruzaba su rostro demostraba mi insuficiencia; el nacimiento de mi hermana menor lo demostró aún más concretamente. Al mismo tiempo, asumí la responsabilidad culpable del superviviente”.

Ararat es un libro de postanálisis desafiante. La familia está representada sin piedad: una madre y una tía que juegan a las cartas se enfrascan en una batalla en la que “se muestran respeto luchando”. Dado que el objetivo del juego es descartar tu mano, “el que gana es aquel que se queda sin nada”.

Hay poder en esta obra, aunque personalmente la encuentro demasiado desnuda, demasiado directa. Las revelaciones son íntimas, pero de la personalidad del sujeto poético, y con demasiada frecuencia los poemas no revelan nada por sí mismos, en su sintaxis o forma, sino que simplemente relatan una claridad lograda en el psicoanálisis.

La propia Glück reconoce el aparentemente atrofiado desarrollo poético de este libro, la incapacidad de ir más allá de su propia infancia. Y los poemas mismos se rompen; ¿es la herida una fuerza o una limitación?

Los años de psicoanálisis, en particular aquellos enfocados en la interpretación de los sueños, permitieron a Glück aprender sobre “la producción de imágenes” y “explorar sus resonancias”, “separar lo superficial de lo profundo y elegir lo profundo”. The Wild Iris, su siguiente libro, escrito aparentemente en diez semanas febriles, se basa en su talento para la metáfora profunda. La voz flota libremente, habitando por turnos a un orador que podría ser Glück, o a un esposo, o a un hijo, o a diferentes plantas, o a la imagen del jardinero divino. ¿Quién eres tú aquí: un jardinero, el sol, un dios, un marido o un socio? ¿Y quién es el yo: una esposa, una planta, un feligrés?

   Perdóname si digo que te amo: el poderoso

   siempre miente, ya que los débiles son

   impulsados por el pánico. No puedo amar

   lo que no puedo imaginar, y tu revelas

   prácticamente nada

(“Matins”)

El iris salvaje (su título en español) es un logro perdurable, una colección de poemas bellamente ponderada de extrañeza y sufrimiento humanos. Las “palabras limpias” (William Carlos Williams) y las verdades agudas convergen en un ciclo de poemas que destaca como alta poesía escrita por cualquier gran poeta.

***

The Seven Ages (2001), Averno (2006), y especialmente A Village Life (2009) se sienten un poco más cómodos con la vida. Combinan realidad y humor, reportaje y tristeza, cuestionamiento y autoconciencia. La poeta pasa el tiempo en un pequeño pueblo italiano y sigue el ritmo cotidiano. Las cosas se comen, se beben o se cultivan sin la sensación de que nos representan, de que su existencia es necesariamente una metáfora de la nuestra.

La libertad geográfica conlleva una epistemológica. Ella es anónima, comienza de nuevo, una nueva vida (Vita Nova, 1999). Incluso los poemas familiares de Las siete edades tienen perspectivas nuevas.

Los primeros libros se leen como una verdad vivida, ni más ni menos, y tienen el poder de la literatura victimista, lo cual no es una crítica. (Saul Bellow pensaba que “la literatura realista desde el principio fue una literatura victimista. Enfrenta a cualquier individuo común contra el mundo exterior, y por supuesto que será conquistado por él. Es inevitable que el héroe de la novela realista no sea un héroe, sino una víctima que finalmente se salva”.) Esos personajes son poderosos y están desolados en parte porque carecen de cualidades negativas, lo cual podría entenderse como la capacidad del ser humano para trascender y revertir las situaciones en las que se encuentra. Son claustrofóbicos deliberadamente. En ellos reconocemos la imposibilidad de escapar por completo del yo, el deseo incesante de categorizar la experiencia y los fenómenos y convertirlos en una teoría del conocimiento personal. Glück siempre ha sido una freudiana en materia de experiencia, sacudiendo las cadenas de la memoria y de la infancia.

Su grandeza se debe, en gran parte, a su intransigencia. Muchos de sus poemas son geniales por ello. La ira y el resentimiento del niño hacia sus padres en, digamos, Firstborn y Ararat se convierten en la ira y el resentimiento de Telémaco contra Penélope y Ulises en Meadowlands. Los poemas llevan el sello distintivo de una personalidad.

La transformación de la voz de Glück es patente. Me gustan y admiro los poemas posteriores, y encuentro que en esta época prefiero pasar tiempo con el personaje poético más racional que habita en ellos. Dicho esto, como una forma de resistencia a las exigencias y restricciones que enfrenta una persona que vive y se relaciona y escribe en el siglo XX, la poesía anterior de Glück se antoja absolutamente necesaria. Hay algo impecable en su dicción, y es asombroso encontrarse como lector con su rechazo formidable y punitivo a conceder un consuelo fácil.

ÁSS



[ad_2]

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *