Un lector terco (de lúcido)

Un lector terco (de lúcido)

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Al regresar a México, tras sus años de aventura en Nicaragua con la revolución sandinista y descubriendo la poesía, el veinteañero Samuel Noyola se volvió lector asiduo de suplementos literarios y revistas de la época como Vuelta, fundada por Octavio Paz, donde las últimas páginas eran coordinadas por el poeta Gabriel Zaid, quien publicaba las mejores décimas autorreferenciales de 200 letras que le enviaban los lectores.

Un ensayo de Mario Vargas Llosa contra Mario Benedetti, los intelectuales y el subdesarrollo político latinoamericano apareció en la portada de la edición de julio de 1984, la número 92 de la publicación, mientras que en la sección final se leía la siguiente décima seleccionada por Zaid:

 

Samuel Noyola

Hizo un soneto muy nítido      21

Gabriel Zaid y quiere                  18

un lector terco (de lúcido)        21

para decimar (cual hiere           20

orgullo del contador)                 18

doscientas letras. En eso           21

voy cuando de flirteador           21

peco: sílaba de beso.                   17

Paso. Sumemos las cuentas,    21

y verás que son doscientas.      22

200 

Quizá a Zaid, además de la precisión y la gracia del ejercicio poético, le hizo resonancia el nombre del autor: Samuel Noyola, como se llamaba también uno de los compañeros que había tenido durante sus años de estudios de Ingeniería en el Tecnológico de Monterrey.

Pero el Samuel Noyola que le había mandado la décima era un homónimo de aquel estudiante universitario con el que Zaid había compartido aulas: homónimo e hijo, que llevaba para entonces casi toda la vida sin saber nada de su padre, quien un día dejó a su familia y desapareció para siempre.

También cabe la posibilidad de que Zaid no hubiera recordado al Samuel Noyola de sus años estudiantiles y se hubiera limitado a valorar de manera puntual el ejercicio poético recibido por un joven diseñador gráfico que tras la experiencia guerrillera en Centroamérica se había transformado en poeta.

O también es probable que Zaid ni siquiera hubiera seleccionado la décima y que lo hubiera hecho algún azaroso asistente de redacción de la revista.

Lo importante es que Samuel había publicado por primera vez en la publicación que leía con cierto fervor desde que había vuelto a México. Otra cosa significativa es que se acercaba más el momento de conocer a Octavio Paz, quien se volvería la gran referencia de su vida.

En la introducción de su sección de décimas, Zaid recomendaba a los poetas en apuros “invocar el espíritu de Sor Juana, para que el genio de esa virgo ludens les mueva la ouija”.

 

***

Hace pocos años, en una noche fría de Princeton platiqué con Jorge Volpi sobre Samuel Noyola.

—¿Cómo conociste a Samuel?

—Mis mejores amigos de la época, Ignacio Padilla y Eloy Urroz, escribían en el suplemento “Sábado” del periódico Unomásuno, que era mítico porque lo había fundado Fernando Benítez y entonces lo dirigía Huberto Bátiz. Como Nacho y Eloy eran colaboradores, yo me movía con ellos en ese ambiente literario, por lo que en fiestas terminé viendo a Samuel sin que fuéramos cercanos nunca.

—¿Qué se te viene a la mente sobre él en esa época?

—Que ya tenía un estatuto y era también alguien mítico. Recuerdo una presencia física muy imponente y el que toda la gente sabía que era el genio que había descubierto Octavio Paz.

—¿Cómo era el medio literario?

—Para nosotros lo crucial eran los suplementos literarios que han ido desapareciendo ya paulatinamente en esta época, pero para mi generación, para la generación anterior y tal vez vagamente para la siguiente, el camino natural de un escritor no era estudiar letras o publicar libros: era ir a alguno de sus suplementos y empezar a escribir reseñas de libros y a partir de ahí venía, digamos, una carrera en la que aprendías a escribir así y ese era el camino que seguíamos todos en ese momento.

—¿Qué otras características tenía el ambiente alrededor de “Sábado”?

—Bueno, el suplemento también era peculiar porque Bátiz siempre tuvo esta fascinación por la pornografía, entonces era un suplemento muy literario y tenía otra parte que tenia que ver siempre con lo erótico. Había siempre fotografías eróticas y dibujos eróticos de “Eko”, el dibujante que con algunas otras columnas de erotismo estaba siempre presente.

—¿Cómo era esa bohemia y de qué forma se inscrustraba Samuel?

—Había fiestas en casas, pero no recuerdo si así conocí a Samuel como sí conocí, por ejemplo, a David Toscana. Lo que me queda claro es que de repente Samuel adquiere esta fama de genio y es esta figura que finalmente tiene su propia tradición del mundo de la poesía: es decir, el poeta loco, loco de intensidad, loco de alcoholismo y al mismo tiempo esa locura queda plasmada en la brillantez de lo que escribe. Creo que es una figura tradicional y típica.

—¿Con qué poetas lo equiparas?

—Pues yo creo que desde Baudelaire digamos hay esa sensación del poeta oscuro, que en Baudelaire eran las drogas, aunque digamos que en esta época era más alcohol que drogas… muy altos niveles de alcohol.

—¿Leíste su poesía alguna vez?

—La leí en esa época. No la he vuelto a leer desde entonces, por lo que no te podría decir que la tengo fresca en absoluto. Me acuerdo que me gustó mucho y que me pareció deslumbrante y que era curiosa la sensación de alguien tan loco escribiendo tan bien…

—¿Y se le cuestionaba eso?

—No, siempre, por lo menos en mis círculos, se le rescataba de esa posición de energúmeno diciendo: “pero Octavio Paz dice que es un gran poeta”.

—¿Y de su pasado en Nicaragua?

—Eso que tú contaste yo no lo sabía. No tenía idea. 

*Este texto forma parte de la serie periodística itinerante “Samuel Noyola: Retrato de un desconocido” 



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