La ruina


Qué país es este que se ha ido atestando de fosas. Sobre qué tierra caminamos, nos desplazamos impunes. Qué país es este que en sus entrañas se pudren los despojos humanos de miles y miles de desaparecidos. Qué país es este de muerte y más muerte.

Nuevamente esta semana nos revientan en la cara hasta dónde seguimos conviviendo con la brutalidad, el desprecio y la ruina. Desde la conferencia mañanera de Palacio Nacional se nos informa, con una normalidad de espanto, que en este pedazo de país llamado México se han localizado 4 mil 92 fosas clandestinas en los últimos 14 años. Que en lo que va del gobierno de la Cuarta Transformación, han detectado mil 257 fosas y exhumado mil 957 cuerpos. Que hay un registro “histórico” de más de 77 mil desaparecidos. Que en los dos años de la era de AMLO han desaparecido 13 mil 890 personas.

Quien nos informa, en el amanecer del pasado 7 de octubre, es Alejandro Encinas. Es, nos confirman, el encargado del despacho de los Derechos Humanos de la Secretaría de Gobernación. Y al escucharlo, me pareció que lo hacía con ese hastío propio del funcionario que a fuerza de repetir números y más números ha perdido hasta el mínimo resquicio de emoción humana, ya no digamos empatía.

Qué lejano a esas otras imágenes perturbadoras de la semana. La de Karla Guerrero, en Veracruz, quien se ha armado de una varilla con punta de cruz para sumergirla al piso, traspasar las primeras capas de tierra, volver a extraerla, oler la punta de la varilla y tratar de olfatear, con algo de suerte, eso parecido al olor de un cuerpo en descomposición. Y si hay todavía más “suerte”, encontrar a su esposo secuestrado. O la de Nora Lira, quien provista de una pala se empeñó en ir cavando la tierra hasta encontrar a su hija. Necia, aferrada, fue venciendo la indiferencia canalla en los escritorios públicos, en las antesalas de las oficinas de gobernadores, en los pasillos de los ministerios públicos donde nadie se movilizaba u ofrecía alguna pista, por mínima. Nora Lira, que tras cerrarse esas puertas se convirtió en la líder de las Rastreadoras de Ciudad Obregón. La que apenas este 2 de octubre la pudo localizar a pocos metros del basurero de Bácum, afuera de Cajeme, en el desértico Sonora. Paradojas de fechas. Dos años antes, un mismo 2 de octubre, a su hija Fernanda la habían visto por última vez. Leo la crónica de El Universal y ahí describen el momento justo cuando el grupo de familias rastreadoras descubren los primeros despojos de su cuerpo y reconocen, conmovidas, las maltrechas prendas que vestía: “Tu mamá llegó por ti, ya nos vamos”, le espetaron.

Qué ha hecho posible que decenas de familiares se echen a los montes, a las barriadas periféricas, a las laderas de riachuelos malolientes para encontrar a sus “desaparecidos”. Digámoslo directo, sin rodeos: el fallido cumplimiento del Estado para garantizar la más elemental de las seguridades: la vida. Qué lo describe: la incapacidad de sus gobernantes que es ineficacia que es corrupción política que es complicidad criminal que es muerte. Qué lo ilustra mejor: la indiferencia de sus gobernantes, la burla fácil de sentirse inmunes ante las desgracias de sus gobernados. Aquella indiferencia o choteo desde el atril público, como esa carcajada sardónica por el número de masacres. Ese “je-je-je” de nuestro Presidente, por ejemplo, en la mañanera del 18 de septiembre.

Qué explica esa mofa. No hay respuesta. Acaso una proclama: si la política no baja al nivel de la tierra y ahora mismo toma una pala para buscar a sus desparecidos, no tiene ni tendrá argumentos para subsistir. No sirve. Seguirá ineficaz, cáustica. Será de Cuarta. 

@fdelcollado



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